Se acerca la navidad. A algunas personas no les ilusiona estas fiestas, o les son indiferentes, pero a mí me entusiasman, relajan y divierten: las luces, la música, el bullicio de gente deambulando por las calles y comercios, las reuniones y comidas de compañeros de trabajo, amigos y familiares, etc.
Recuerdo con nostalgia los tiempos de mi niñez y juventud cuando por estas fechas, a finales de noviembre o principio de diciembre, en Montefrío comenzaba a sentirse el ambiente navideño. Muchos grupos de personas, jóvenes y mayores, organizaban coros para canto de villancicos por las calles y casas de la población, y en los días y semanas previos a la navidad ensayaban sus cánticos.
Las comparsas recorrían las tabernas y las casas particulares ofreciendo su repertorio y pidiendo el aguinaldo; también lo hacían personas de manera individual. Recuerdo al betunero Pepito “Ron” como si lo estuviera viendo, con su traje oscuro de rayas y su pañuelo de lunares al cuello, pequeñito pero muy tieso, con una guitarra vieja desafinada y alguna cuerda de menos, cantando en el bar de Manolo “El Guancho”: “De quién es esta casa nueva,/ con este balcón tan alto,/ es del señorito Balolo/ que tiene cara de santo/”. Y Manolo y los presentes invitaban a “Ron” mientras estuviera cantando. Lo mismo hacía Manuel “Culebras” y su mujer Dolores “La Perilla”; igual de bien ataviados y con las mismas pretensiones: pasar la noche divertidos y de gañote.
Los villancicos y cánticos celebrando la navidad tienen su fundamento en la legión del ejército celestial que alababa a Dios cantando, según la narración que hace el evangelista Lucas del nacimiento de Jesús, y que hasta hoy no ha cesado de cantar de alegría y júbilo. Y esta costumbre montefrieña de cantar por las calles y casas pidiendo el aguinaldo venía de esta tradición navideña, pero forzada también por las necesidades acuciantes de las familias desfavorecidas. Algunos, los jóvenes principalmente, lo hacían para divertirse y obtener un dinerillo con el que costearse las fiestas, pero muchos mayores se veían obligados a ello por necesidad. Las faltas se hacían sentir con dureza y los pobres debían ingeniar recursos para olvidar las penas y satisfacer las necesidades primarias de sus familias: “esta noche es Nochebuena y mañana Navidad,/ saca la bota María que me voy a emborrachar”/.
En los barrios pobres del pueblo, el Arrabal, Solana, Erillas y Coro, algunas familias conseguían recursos para alimentar a sus miembros durante una buena temporada con lo que sacaban de los aguinaldos. Porque las amas de casa, cuando llegaban los coros de mayores cantando a sus viviendas, solían gratificarlos con dinero y también con viandas. Y en los cortijos, porque también recorrían los cortijos cantando, recibían preferentemente productos alimenticios: legumbres, avíos de matanza, etc.: un canto de pan y aceite, un tazón de garbanzos, habichuelas, lentejas, un jarrillo de aceite, una morcilla, un trozo de tocino, chorizos, queso, bollos de manteca y aceite caseros, mantecados caseros –porque los mantecados que se consumían se hacían en las casas y se cocían en los hornos de las tahonas-. Al final de la temporada, veinte o treinta días aproximadamente, estas familias metían en sus casas unas pesetillas y hatería para mantenerse durante una buena temporada. Todo esto que cuento lo recordarán muy bien los familiares y descendientes de “Pericanda y la Mónica”, “Los Bartolos”, “Los Paeres”, “La Jota”, “Los Tabarrillos”, “Las Zorrillas y los Pereos”, “Los Paletos”, “Los Cigarrones”, “Las Camachas”, “Los Chanquetos”, Los “Sirilos”, la “Ralenga, la “Ciega Díaz”, “Humero”, “Currana”, “El Tipo”, “Joaquinillo”, “Carmona”, “Bituto y Laredo”, y tantas otras familias, que hacían partícipes de la alegría y fiestas navideñas a todos los montefrieños. Mi entrañable amigo y compañero Pedro Gracia Rubio “Pericanda” era un artista que tenía buena mano para todo. Dotado de buen oído, cantaba muy bien. Comandaba uno de estos grupos junto a Fefa, su esposa, y además confeccionaba los instrumentos. Sus villancicos, para mi gusto, eran los más buenos, antiguos y bonitos: “En un portal muy pobre, lleno de resplandor/, está el rey de los cielos rodeado de amor;/ la paja en el pesebre le sirve de colchón/ y la mula y el buey le prestan su calor/. Ya vienen los pastores, prestan su anea,/ para calentar al niño, lo pastorean, lo pastorean”/.
Es éste el tiempo de las matanzas, y en aquella época en muchas casas y cortijos se mataban cochinos para asegurar la alimentación básica de todo el año. También ha comenzado la temporada de recolección de aceitunas. De modo que la predisposición de los vecinos para la alegría y solidaridad estaba más que justificada. Además, los cantores sabían ganarse la generosidad con graciosas y provocadoras letrillas con las que ablandaban el corazón de los vecinos: “Esta casa es muy bonita, de grandes y bellos balcones,/ es de la señora Ana, que tiene muchos millones.
Los ritmos y melodías de ensayo empezaban a escucharse a mediados de noviembre, porque estos barrios, al estar en alto, hacían de altavoz propagando el sonido sobre las calles y plazas de la población imbuyendo de un agradable ambiente musical navideño a los vecinos: “María es más bonita que la nieve en el barranco,/ que la flor en la maceta, que la azucena en el campo/. Venid, pastorcillos, venid a adorar/ al Rey de los Cielos que ha nacido ya/”.
Los componentes de las comparsas de villancicos estaban muy bien organizados y no necesitaban de nada ni a nadie para realizar su labor. Fabricaban los instrumentos de manera artesanal, preparaban los villancicos y organizaban y dirigían el coro de manera autónoma. Cuando volvían del trabajo las pobres criaturas, después de echar el peón en las aceitunas o en otro tajo de trabajo, se apresuraban a preparar el coro. Y las sufridas mujeres, que además de realizar el trabajo como sus maridos, atender a los hijos, hacer las faenas de la casa y preparar la merienda del día siguiente, también cantaban y tocaban instrumentos en el coro. Unos se encargaban de confeccionar y preparar las zambombas con pellejos de conejo o choto y las orzas rajadas o rotas -que previamente arreglaban con lañas y parches de barro-; otros fabricaban las panderetas, las carrascas, las sonajas –confeccionadas con los corchos metálicos (platicos) de los refrescantes-, cajas chinas, maracas, palillos, etc.; otros enseñaban los villancicos y dirigían los ensayos; y todos juntos tocaban y cantaban con buena afinación y compás. Algunos grupos cantaban y tocaban muy bien, era un placer escucharlos, afinados, melodiosos, con buena armonización, ritmo y compás. Permítaseme recordar que ninguno había recibido enseñanza alguna de música. Pero incluso se comentaba que algunos componían villancicos completos, letra y música. Y no me extraña en absoluto, pues había varios virtuosos de nacimiento en la sensibilidad y oído musical: el padre de “Joseles”, “Pericanda”, “El Tipo”, “El Paleto”, “Joaquinillo”, etc. Componían unos villancicos preciosos de melodía y correcta construcción. Eso sí, sin escribirlos, todo de memoria, artistas totalmente autodidactas.
Cuando salían actuando, los que no tenían buen oído se responsabilizaban de llevar el agua y mantener húmeda la mano del que tocaba la zambomba, cargaban con las talegas y cestos donde guardaban los aguinaldos, llevaban la merienda cuando salían al campo y ayudaban a transportar los instrumentos y todo lo necesario.
Durante todas las fiestas, un rumor melódico navideño invadía la población propagando un ambiente muy agradable de serenidad y relaje. El ayuntamiento no precisaba de instalación alguna de equipos de sonido, el ambiente lo proporcionaban de manera natural aquellos grupos de cantores jóvenes y mayores que deambulaban por las calles convirtiendo el pueblo, como auditorio en su conjunto, en un gran concierto cada tarde-noche. Tampoco se disfrutaba de alumbrado público especial, pero se esperaba el fulgor de la “Luz del Mundo” que iluminaría el camino durante todo el año.
La Nochebuena era espectacular, multitud de vecinos deambulaban por las calles. Las tabernas estaban llenas. Lo mismo se llenaba el cine y la verbena en los días señalados de las fiestas. El bullicio, las risas y la alegría solapaban las dificultades y carencias congénitas. Y las puertas de las casas se mostraban dispuestas para abrirse y dejar entrar a los cantores: “el aguilandico, señora, por Dios,/ que venimos muchos, que venimos muchos y entraremos dos”.
Y las señoras abrían sus puertas de par en par mostrando y ofreciendo la bandeja en la mesa camilla con mantecados, polvorones, roscos de anís, etc. y las respectivas botellas de coñac, aguardiente y anís. Como he dicho anteriormente, los productos navideños eran caseros. Las amas de casa confeccionaban para estas fechas los mantecados, polvorones, rosquillos, piticas de santo, bollos de manteca y aceite, etc. En las tahonas se vivía un gran ajetreo de mujeres remangadas, con sus limpios mandiles y delantales al cuello, sosteniendo los barreños llenos de productos en la cadera, esperando la vez en torno a los hornos.
Cuando terminaba la jornada, todos los cantores lucían una cara de mejillas rosadas y resplandecientes de felicidad, y algunos apenas se mantenían erguidos.
Eran otros tiempos, tiempos difíciles, de muchas faltas y penalidades, pero de mucha vida en sociedad y gran solidaridad. ¿Estamos encaminados a volver a aquella vida?. La dirección que llevamos nos lleva a ella, sin duda, y a paso rápido, pero me resisto a darme por vencido; sabremos y deberemos recuperar el terreno perdido.
Yo echo de menos la valentía de aquellas personas para tomar iniciativas en la búsqueda de soluciones para sus necesidades, su creatividad, la solidaridad de la comunidad de vecinos y el saber disfrutar de los momentos que les brindaba la vida. La gente, con muchos más problemas y penuria de medios que hoy día, no se resignaba ni acobardaba, ni acomplejaba, se echaba a la calle y luchaba, y participaba de la fiesta con decisión y alegría, sin miedo ni complejo, porque esos traguitos no se los quitaba nadie y porque no perdían la esperanza de un futuro mejor. Como decía la abuela, sentada en la silla junto a la chimenea al calor de la pava, velando la muerte de su marido, “estos traguitos estarían para mí”, y al tiempo que decía estas palabras trincaba la botella de anís del gollete y le pegaba un lingotazo.
Chove. Diciembre de 2012