Drácula

Aquella noche logró colarse en la sala de fiestas. Esmoquin negro, capa negra, relamido, perfumado y muy elegante. No podía creerlo. Había cuellos para todos los gustos; no sabía por donde comenzar. ¿Aquél gordo y lustroso o aquél otro largo y rosado?. Todos parecían provocarle. Inició su festín con una chica rellena y coloradita que estaba sentada junto a sus amigas en un rincón de la sala, para después continuar con un cuarentón barrigoncete y de pescuezo corto que, aunque difícil, se le apreciaba muy bien la yugular. Todas las sangres le sabían a gloria, deliciosas. Suaves y cálidas le bajaban el gaznate provocándole un orgasmo tras otro. Toda la noche estuvo lingotazo tras lingotazo, chupando hasta quedar atiborrado. Ya no podía tragar más. El espeso plasma le salía por la boca y de la comisura de los labios le bajaba un fino hilito rojo. Tenía la barriga pronunciada como el niño de los garbanzos de Paco Gandía. Pero con el embeleso de la orgía y la glotonería no se percató de la venida del nuevo día. ¡Horror! El alba se asomaba a las ventanas que había tras la barra. La luz natural comenzaba a inundar la pista de lento. Comenzó a ponerse nervioso e inició la retirada. Salió despavorido a la calle e intentó echar a volar. Pero apenas levantó un metro del suelo. El sol anunciaba su despertar con débiles ráfagas de rayos de luz en el horizonte. Tuvo conciencia de que no disponía de tiempo para llegar a su castillo. En su vuelo torpe y atribulado, casi a ras del suelo, descubrió un hueco en un grueso tronco de un árbol del parque. Allí se dejó caer en picado, era su única salvación. Entró ajustadísimo, de cabeza, empotrado, con medio cuerpo fuera y el culo en pompa. Cuando permanecía quieto intentando pasar el día y esperando la llegada de la noche, pasó por allí uno que volvía también de la marcha del sábado noche. Era blanco- no tienen por qué ser siempre negros-, estilo Nacho Vidal, de esos que calzan un cuarenta y cinco, y de los que quieren tapar todos los agujeros que ven. Al descubrir aquel trasero en pantalla y a la altura perfecta no lo pensó dos veces. ¡Zas!, fue una penetración limpia y perfecta, de un solo intento. Lo ensartó como un buñuelo de feria. Se la clavó como el estoque de Jesulín de Ubrique, centrada y profunda. ¡ahhhhhh!, se oyó un leve quejido desde interior del tronco con voz sorda y apagada.

¡ COÑO, QUE LA ESTACA ES EN EL CORAZÓN!