¿Somos todos corruptos?
En los últimos meses estamos asistiendo al descubrimiento de una serie de acontecimientos de corrupción en cadena, que muestran una España contaminada y podrida en toda su estructura política y social: Casa Real, Gobiernos de todos los niveles administrativos (nacional, regional, provincial y local), partidos políticos, sindicatos, cuerpo judicial, cuerpo policial, entidades bancarias y financieras, cuerpo empresarial, universidad, clubes deportivos, etc. Todo ello nos lleva a la conclusión de que no nos encontramos ante un hecho coyuntural, casual o del momento, sino que se trata de un problema estructural, sistémico.
La imagen que se proyecta pretende ser un fiel reflejo de la sociedad en que vivimos. Todas las personas imputadas por corrupción no han sido seleccionadas por su condición de corruptos, ni han venido de otro país, sino que han surgido del pueblo como representantes de una sociedad que está corrompida. Es decir, parece que estamos asistiendo al reconocimiento cierto de que vivimos en un país de corruptos en su integridad.
Es verdad que en todos los sitios se cuecen habas, pero no con la generalidad ni reaccionando ante ello de la misma forma que aquí. En el ranking mundial de la corrupción, en una escala de 0 a 100, España tiene una puntuación de 41. Y centrándonos en Europa occidental, serían menos corruptos que nosotros Dinamarca, Finlandia, Suecia, Noruega, Suiza, Holanda, Luxemburgo, Alemania, Islandia, Reino Unido, Bélgica, Irlanda, Francia, Austria, Estonia, Chipre, Polonia y Portugal (Italia y Grecia serían más corruptos).
Existe la opinión generalizada de que somos todos unos corruptos, desde los representantes públicos que meten la mano en el cajón, pasando por los empresarios que no cumplen la legislación laboral, los trabajadores que no cumplen en el trabajo o cobran el paro o la baja indebidamente, los médicos que dan la baja laboral por compromisos o intereses particulares, los funcionarios que no respetan el horario ni rinden en su trabajo, los técnicos que no están preparados para ejercer como tales, los albañiles y otros trabajadores que están trabajando y cobrando el paro, los agricultores que no tienen la tierras a su nombre ni declaran los ingresos, los que cobran el paro agrícola y no van al campo ni el día San Marcos, los que firman los jornales falsos, en fin, hasta el último ciudadano que no paga el IVA de sus facturas. Son corruptos también los que vitorean y aplauden a personajes como la Pantoja y los que editan programas televisivos nauseabundos de apología a la corrupción, y los que los ven. Y el que se va sin pagar en un comercio o no corrige la cuenta cuando el error es en su beneficio. Todos somos unos corruptos.
No estamos educados ni preparados para vivir en convivencia. Todos pretendemos aprovecharnos de nuestra participación en la sociedad en la medida de nuestros alcances. No entendemos la participación o la representación pública como una forma de colaboración o aportación imprescindible a la colectividad para una mejor vida en común, sino que la utilizamos para lucrarnos, consiguiendo algún provecho en nuestro beneficio o en el de alguno de nuestros más allegados. Todos vamos a sacar bocado de lo que hacemos y a arrimar el ascua a nuestra sardina, y enseñaba un dicho cortijero aquello de que “si cada uno arrima el ascua a su sardina, al final, todos nos quedaremos sin lumbre que nos caliente”.
Y así nos va, formando una sociedad cada vez más corrupta, como indica el Índice de Percepción de la Corrupción en los últimos años, sin conciencia ética ni moral; una sociedad desesperanzada y desilusionada, que no cree en nada ni nadie.
Pero me resisto a admitir que seamos así por naturaleza; pienso que la clave está en el factor educacional y en leyes que regulen y controlen el comportamiento de la ambición desmesurada. Faltan normas que digan cómo se debe actuar, normas que controlen, y que corrijan y castiguen severamente cuando se infrinjan. La carencia de una acción política precisa y a tiempo en este sentido nos está llevando a la situación actual. Ninguna de las iniciativas legales anunciadas por Rajoy contra la corrupción en febrero de 2013 ha visto la luz. Ahora reitera de nuevo una batería de medidas que esperamos se pongan esta vez en marcha cuanto antes. Porque este es el mayor error que están cometiendo nuestros gobernantes y representantes en general. No se puede dejar la convivencia de las personas en sociedad a que cada uno actúe según su voluntad, sin normas concretas de comportamiento.
Y se precisa también, a mi entender, algo tan primordial como lento y costoso, una formación y educación cívica que provea de habilidades sociales que imposibiliten las prácticas habituales libertinas, enviciadas y abusivas de los derechos.
Chove, diciembre de 2014