Experiencias inolvidables a la reacción de la publicación de mi primer trabajo

Experiencias inolvidables a la reacción de la publicación de mi primer trabajo

Cuando decidí la publicación de mi primer trabajo sobre Montefrío, el que titulé “Montefrío, historia y vida de sus gentes, años 50-60”, mi principal preocupación no era si lograría o no la financiación del mismo con su venta. Al fin y al cabo, esa inversión, afortunadamente, la podía considerar y asumir como un gasto más en la rutina caprichosa de mi vida, como un viaje, un crucero, un coche nuevo, etc. Me inquietaba, primero, que la gente no lo comprara porque no lo considerara interesante, o que lo comprara por innovación y originalidad, o que mis familiares, amigos y conocidos lo hicieran por compromiso, para después utilizarlo como elemento decorativo en un estante de la biblioteca o del mueble comedor. Lo que me preocupaba e interesaba primordialmente era que interesara y fuese bien recibido por la ciudadanía; que les sirviera a los montefrieños para recordar y aprender, para hacerles felices y disfrutarlo; que lo leyeran, esa era la cuestión clave, que lo leyeran.
Cuán grata fue mi alegría de principio al ver que el libro se vendía como rosquillas, agotándose la primera y segunda edición en pocos días o semanas. Y mayor aún mi felicidad cuando cada día comprobaba que los vecinos lo leían, que comentaban conmigo al encuentro las anécdotas, datos y pasajes de su contenido; que no había nadie que se sintiera molesto por la descripción cruda de la historia reciente de su pueblo y sus vecinos, vecinos con nombre, apellidos y apodos, porque comprendieron el respeto y amor con que los había utilizado.
Guardo en mi memoria para siempre algunas de las muchas manifestaciones en este sentido, experiencias maravillosas cada una de ellas y que tienen un valor para mí mucho más grande que el coste de la edición del libro en su conjunto. Me siento inmensamente satisfecho de mi trabajo porque los montefrieños lo han leído y les ha servido para ser felices.
Comentaré alguna de aquellas experiencias tan bonitas e inolvidables, que avalan y testimonian la realidad de mis sentimientos y la firmeza de las palabras anteriores.
El primero que me alertó del acierto y éxito futuro del trabajo fue el concejal de cultura del ayuntamiento de Montefrío, Rafa García Ávila, al que le presenté una muestra, todavía en el portátil, en Granada, en el restaurante-bar “Mamaluisa”. Me prometió el respaldo institucional para la publicación e incluso me propuso participar personalmente en la misma. Le sorprendió el contenido y al despedirnos recuerdo sus palabras: “guarda eso que llevas ahí y no lo pierdas porque es una joya”.
También antes de la publicación, mis amigos Santiago Ruiz Moreno, catedrático de inglés en el IES de Montefrío, y Gerardo Santaella Cuevas, maestro del colegio público La Paz, revisores ambos de la ortografía y gramática del trabajo, me aseguraron la importancia del mismo y la conveniencia de su publicación.
Uno de aquellos días posteriores a la puesta en venta del libro, a la llegada a la tienda de mi hermano Jesús, donde se vendieron y se venden aún los ejemplares, y donde yo acudía a diario porque se me requería para firmar y dedicar los libros a los vecinos, me encuentro con una señora ya mayor, residente en el paraje de Las Lomillas Azules, de más de setenta años, vestida de negro. Me aseguró llevar mucho tiempo sin venir al pueblo y que lo había hecho ese día sólo con la ilusión de verme, porque le gustaba leer y había leído mi libro, y le había gustado tanto que quería conocerme. Me comentó que había disfrutado mucho riendo y llorando al recordar aquellos tiempos vividos por ella. Me dio dos besos y se marchó emocionada.
De igual modo, otro día me esperaba un muchacho joven, de entre diez y quince años, llamado Iván Gálvez Guerrero, al que le gusta mucho la historia, y más la de su pueblo. Iván me pidió la dedicatoria y aseguró haber empezado la segunda lectura; me felicitó y dio las gracias porque le gustó mucho. Aquí el emocionado fui yo, que respondí con un apretado abrazo.
Mi querido maestro Don Gerardo Pérez Avilés, colaborador en el trabajo, valoró positivamente el mismo como una eficaz herramienta y base de datos, por su abundancia, para investigaciones futuras. Cuando me vio al día siguiente de la masiva presentación me hizo un gesto con la mano como un redondel y me dijo: “perfecto”.
También mi otro querido y admirado maestro Don Francisco Cano Lara me felicitó y me dio una referencia como garantía de que era un buen trabajo, y es que otro de mis apreciados maestros, muy crítico y exigente, Don Ramón del Cid Torres, que también me felicitó personalmente con un abrazo, le comentó que era un trabajo bien hecho. Don Francisco Cano, en la lectura de su pregón de fiestas, hizo referencia a mi libro, concretamente al capítulo de Emigración, como un trabajo “magistral”.
Don Francisco Cervera Morales, Jefe de Estudios y profesor de historia de un importante centro privado de Marbella, después de asistir a la presentación y de releer el libro, me dijo al verme un tiempo después a la salida de un concierto en el Palacio de Deportes de Granada: “Pepe, tú no eres consciente del trabajo que has hecho. Yo soy profesor de historia y tú un historiador; estoy autorizado para afirmar que has realizado un serio e interesante trabajo, un magnífico trabajo de investigación. Te lo digo en serio; hemos acordado utilizar tu metodología en el departamento de mi centro para el trabajo con los alumnos en el próximo curso”.
Con Magdalena Guerrero, profesora de historia en la facultad de Granada, prima de Paco Guerrero “El Chato”, de la tienda de tejidos, me crucé en la Plaza Alta, y tras mostrarse eufórica y decirme que le había gustado y se había reído mucho con las anécdotas, planteó la posibilidad de volvernos a ver para realizar algo en común.
Rosa Mancilla Extremera, me quiso dar y dio dos besos de forma espontánea en la calle Santo Cristo, como agradecimiento por lo bien que lo había pasado leyendo el libro.
Paco Aguayo, hermano de Manolo Aguayo, cada vez que me ve por Granada me recuerda que lo ha leído dos o tres veces, que lo tiene de cabecera en la cama, y que de vez en cuando vuelve a leer alguno de sus pasajes; que no se cansa de leerlo.

Cristóbal Arco, comerciante, me regaló una botella de vino tinto para que me la bebiera en su nombre.
Pepe Cervera, albañil jubilado, me agradeció el haberle hecho disfrutar y volver a verse por aquellas calles engalanadas y de puestos de venta en las ferias y fiestas.
Paulina Pedregosa Ávila, ama de casa, me dijo otro día al verme por la calle Alta que acababa de releer el pasaje de la hipnosis en el teatro porque le gustaba mucho.
Pili Lara, ama de casa, me pedía explicaciones y comentaba temas conforme iba leyéndolo.
Antonio Jiménez, agricultor, tras confesarme que nunca había leído un libro, aseguró haberlo hecho con el mío y que le había gustado mucho.
Antonio López, lechero, me comentaba, y comenta todavía cuando nos encontramos y saludamos, alguno de sus pasajes.
Antonio Anguita, empresario, tras felicitarme y solicitarme un rato de charla sobre el contenido, me facilitaba información sobre otros paisanos triunfadores, como “El Faruto”, para una nueva edición.

Y como éstas, otras muchas felicitaciones de toda índole recibí de los montefrieños en los días posteriores a la publicación del libro, montefrieños tanto residentes en el pueblo como en el exterior, pues estos últimos se encontraban aquí de vacaciones por ser la festividad del Día de la Virgen. Y todas ellas me colmaban de satisfacción y orgullo.