Obituario
“Juanillo el de las Peñas”
El martes pasado murió tras una larga enfermedad Juan José Alias Pérez, «Juanillo el de las peñas». Otro personaje histórico y singular de Montefrío, apreciado por todos por su simpatía y dichos.
Con la desaparición de montefrieños como Juan, y con mi edad, percibo de manera más ostensible y cruda el cambio del paisaje humano de Montefrío, y me entristece aún más; se están yendo los de siempre y cada vez conozco a menos gente.
A continuación, adjunto una semblanza de este entrañable personaje, publicada en mi libro «Montefrío: Historia y Vida de sus Gentes».
Adiós, Juan, disfruta de este último descanso. Tú también has sufrido en tus carnes la historia profunda de nuestro pueblo.
“Como cada tarde, llegaba mi hermano a la oficina y allí lo estaba esperando Juan.
– Buenas tardes, Juan
– Buenas tardes, Paco
Se llama Juan José Alias Pérez, hijo de Leocadia Pérez Rodríguez –como a él le gusta apostillar-, pero en Montefrío le llaman “Juanillo el de las Peñas” (seguramente su familia proviene de allí). Es un hombre cercano a los ochenta años de edad, delgado, de facciones pronunciadas, ojos hundidos y de mirada humilde. De siempre lo recuerdo encorvado y con el pelo muy corto. Simpático, muy popular y gracioso por sus dichos. Vive con su hermana Isabelita, a la que no pide de comer, sino que se limita a decir cuando tiene hambre, ¿qué quieres que coma yo ahora, Isabelita?
Juanillo el de las peñas
Hasta hace poco tiempo asistía a los talleres ocupacionales por su discapacidad psíquica y decía que sus fregonas eran las mejores del taller, porque les ponía un manojillo más de trenzas de algodón. Tiene predilección por los relojes, y los quiere de cuello largo, porque se les puede dar cuerda con mayor facilidad.
Le gusta sentarse con mi Paco en la oficina y de vez en cuando aparece por allí. Contesta cuando le pregunta, pero normalmente no toma iniciativas, ni incordia, ni molesta. Pero aquel día mi hermano tenía mucho trabajo y, además, urgente, por lo que no se podía permitir distracción alguna. Aceleró el paso, entró rápidamente en el despacho y cerró la puerta. Juanillo, que le iba siguiendo con sus largas zancadas y piernas semiflexionadas, como siempre, se vio sorprendido al encontrarse con el hecho inusual de la puerta cerrada. Dudó, pero finalmente se decidió a tocar con los nudillos de su huesuda mano en la puerta, en la creencia de que esta situación era consecuencia de la casualidad. No obstante, lo hizo con gran timidez, de manera apenas perceptible.
– Toc, toc
Mi hermano no contestó, se limitó a seguir con su trabajo confiado en que Juanillo comprendería y se marcharía. Pero éste seguramente pensó que no le había oído y volvió a insistir con mayor intensidad y duración.
– Toc, toc, toc, toc
Paco dedujo que había que terminar con aquella situación de manera directa si quería continuar con su trabajo sin alteraciones.
– No estoy – Dijo lacónico y con voz seca, aunque un tanto queda-.
Pero Juanillo, extrañado, volvió a persistir con mayor firmeza.
– Toc, toc, toc, ¡Paco!.
Mi hermano, que es de naturaleza un tanto impulsiva, comenzó a ponerse nervioso y respondió incrementando la intensidad de voz.
– Que no estoy.
Juanillo, completamente desconcertado, repitió una vez más su iniciativa con rigor.
– Toc, toc, toc, toc, ¡Paco, que soy yo, Juan!.
Mi Paco, exasperado, creyendo que no iba a conseguir el sosiego deseado, respondió airado y con voz estentórea.
– ¡Juan, que te he dicho que no estoy!
A lo que éste, completamente atónito y perplejo, aseveró con vehemencia.
– ¡ Paco, que sí estás, que te he visto yo entrar! “
Chove, enero de 2016