Recordando mis tiempos de maestro en Málaga

Recordando mis tiempos de maestro en Málaga

 

Fuimos a la peluquería por la tarde. José María era cliente de Pepe, el barbero del barrio, allí se afeitaba, pelaba y se arreglaba el pelo: le cortaban las puntas, le hacían el cuello y también le cortaban los pelillos de la nariz y de las orejas.

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Buenas tardes, Pepe, aquí vengo con mi paisano y amigo que es profesor en el colegio Severo Ochoa y necesita alquilar un piso en el barrio. ¿Sabe usted de alguien que ofrezca alguno?

Pepe, que tenía esa gracia natural de los malagueños, se prestaba de manera desinteresada a ayudar en estos y otros asuntos a los vecinos de Miraflores.

¡Victoria!, llamó a su hija a viva voz, pues trabajaba como peluquera también en un local adjunto y comunicado con el de su padre, ¿cuál era el número de teléfono del vecino que ofrecía un piso para alquilar?

Papá, no lo apunté, pero creo que era el veintidós cuarenta y ocho treinta y …treinta y…treinta y…

Se quedó pensando un rato mientras todos estábamos expectantes a su respuesta.

Papá, no me acuerdo, dijo por fin, frustrando nuestra esperanza.

¡Uy!, no te preocupes, hija, que has estado a punto, dijo Pepe mirándonos con un gesto irónico de contrariedad.

Yo había llegado a Málaga hacía unos días para incorporarme como maestro. Venía de cumplir el último plazo de milicias universitarias, a mediados de enero del 81, y en la Delegación me ofrecieron la opción de quedarme en la capital en un aula de refuerzo en el colegio Severo Ochoa.

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He aquí unas muestras de las características de aquel grupo de alumnos. En la primera toma de contacto, para ir calentando motores y mostrarme el terreno que pisaba, uno de los alumnos se dirigió a mí preguntándome a voz en grito ¿maestro, quieres que te diga un acertijo? El grupo callaba atento maliciándose algo de aquel elemento. Bueno, le dije yo. “Con el pincho pincha, con el culo aprieta y con lo que le cuelga tapa la grieta”, ¿qué es?, decía sonriendo y con expresión burlona, mientras los demás reían abiertamente. Maestro, no seas mal pensado, dijo rápidamente sin darme tiempo a reaccionar, la aguja y el hilo cosiendo una raja.

De inmediato, alzó su voz también una chica muy viva y alegre, alta y delgada, “maestro, toita la noche estoy tumbaíta panza arriba esperando que me metas un cacho de carne viva”. Ja, ja, ja, reía a carcajadas sin poderse estar quieta. La alpargata, maestro, la alpargata.

Era un grupo de alumnos de familias socioculturales deprimidas, difícil de atender, que demandaba clamorosamente atención y cariño, con el que finalmente logré intimar, comprensión y respeto mutuo.

De la misma guisa, un lunes, otro alumno me preguntó si había estado el fin de semana en el Corte Inglés. “Corteinglé”, decían ellos en malagueño cerrado. “Jozemanué, vamo a comé”, parece que estoy oyendo a mi vecina Primi llamar a su hijo para comer.

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Por aquellos años, hacía poco que habían inaugurado el centro comercial y este era de una gran atracción. Muchas personas vecinas de los pueblos del cinturón y también de la capital acudían en masa a ver y comprar, y a pasar las tardes con la visita. Aquella novedad era considerada por algunos como una catetez, y el concepto “cateto”, en su acepción puramente peyorativa, era muy importante y utilizado en aquellos años por los malagueños.

Te voy a contar un chiste, me dijo: “Un sábado llegó un cateto de Cártama en autobús a Málaga y se subió a un taxi. ¿Al Corte Inglés, no?, le preguntó el taxista con cachondeo. No, le dijo el cateto mosqueado, primero me vas a llevar al cementerio para que me cague en todos tus muertos y después me llevas al Corte Inglés”. Tiempo después volví a oír aquel chiste y siempre me traía a la memoria mi experiencia de docencia en Málaga.

Mientras encontraba piso donde establecer mi residencia, mi paisano José María Cano me ofreció generosamente alojamiento en su piso, situado en una paralela al Camino de Suárez, en la zona del colegio. Tengo que decir que aquel gesto hospitalario me sorprendió, puesto que yo solo conocía a Josemari como paisano, pero éramos de distinta edad y no teníamos amistad. Josemari trabajaba en Málaga en Banesto, donde había sido trasladado desde Montefrío. De manera que se ofreció de lleno, ayudándome en todo, como si fuésemos amigos íntimos de siempre. Allí iniciamos nuestra amistad y tuve la suerte y oportunidad de conocerle más a fondo, y comprobar que era una gran persona, muy simpático, con un gran sentido del humor, cariñoso y desprendido; siempre le estaré agradecido por su atención y amistad. Cantaba muy bien también, y las canciones del Dúo Dinámico las bordaba.

Hagamos también aquí un inciso para recordar alguna anécdota de mi amigo Josemari. Frente al portal de su casa se encontraba el bar Castro, un pequeño local propiedad de dos hermanos (Los Castro), que remanecían de un pueblo del interior de la Axarquía. Era un establecimiento pequeño que visitábamos con regularidad por su cercanía y, sobre todo, por las buenas tapitas (pagadas) y el buen ambiente. Antonio, el mayor de los dos hermanos, de abundante pelo negro y ensortijado, era bastante cateto, pero respetuoso y atento.

“Ponnos dos cervezas, cateto”, le dijo una noche Josemari. “por favor, Jozé María, tráteme usted con respeto, no inzulte”, le dijo pausadamente, pero molesto, Antonio. “Pero hombre, Antonio, yo no le he inzultado a usted, la palabra cateto no es un inzulto, ¿verdad, don José?. Me decía mirándome y esperando mi apoyo. Josemari era un artista asumiendo el papel de diplomático educado y culto con ironía. “Profezor, puede usted explicarle al zeñor Castro lo que zignifica la palabra cateto? “No hace falta que me explique nada, por favor, no me llame más cateto”. Dijo Antonio intentando poner fin al debate. “Bueno, pues entonces llénanos las cervezas, hipotenuza”, ¿o me vas a decir que hipotenuza es un inzulto también?, remató Josemari sin que Antonio se alterara lo más mínimo.

Josemari seseaba como todos los montefrieños, pero al irse a Málaga se esforzó en convertirse hablando en malagueño zezeante, y se le notaba el esfuerzo en la boca porque asomaba el ápice de la lengua entre los labios cada vez que sustituía la /s/ por la /z/.

Volvamos a la barbería con el amigo Pepe. Josemari se había sentado en el sillón y el peluquero ajustaba la altura con el pedal hidráulico mientras se disponía a cortarle las puntas.

José María, dijo Pepe entablando conversación de peluquero, ¿se ha enterado usted de lo del tío ese que ha matado a otro en el Parque de la Alameda? ¡Qué!, reaccionó Josemari exaltado elevándose del sillón y mirando a Pepe con cara de asombro. ¡Cómo pueden ocurrir estas cosas de tanta violencia, nos estamos volviendo locos!

Pues viene en el Sur. Por lo que dice, parece que se trata de un asunto de celos; sacó un cuchillo y se lo clavó al otro dejándolo tieso en el acto.

¡Madre mía, pobre hombre!, le habrá apuñalado en un sitio vital, dijo Josemari en plan diplomático alargando la articulación de la /l/ y elevando las cejas.

En mitad del Parque, José María, ya se lo he dicho, en mitad del Parque de la Alameda.

 

 

Chove, Granada a 23 de marzo de 2021

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