Necrología: Ha muerto José María “El Pereo”
El otro día me enteré de que había muerto “El Pereo”, y no me importa reconocer que lo siento mucho. Fue cariñoso y se mostró siempre atento con mi padre (él fue el que me buscó corriendo para avisarme de su repentina muerte y se mantuvo a mi disposición), con mi hermano Jesús, conmigo y con toda la familia. Siempre se ha mostrado así con toda la gente de trato diario.
Me sorprendió mi hermano cuando me lo dijo, pues no sabía nada de su enfermedad: un tumor maligno se lo ha llevado rápidamente.
Su enfermedad y muerte han pasado como su vida durante sesenta y tres años, ignoradas. Las personas que portaron su ataúd acudieron expresamente porque sabían que posiblemente no habría nadie para hacerlo. Hasta para morir ha sido un desgraciado, mala suerte hasta el final de sus días. Solo toda su vida, errabundo por el pueblo como un perro sin amo. ¿Cómo se puede cebar la vida de esta manera con una persona desde que nace hasta que muere? Menos mal que su hermana y dos sobrinos se han dignado venir desde Valencia para acompañarlo en sus horas finales, de lo contrario hubiera agonizado como lo hizo su hermano Antonio, solo y rabiando de dolor.
Siempre he destacado su capacidad de resignación, aceptando el calvario de su existencia sin culpar a nadie ni mostrarse rebelde con la sociedad, sino todo lo contrario: dócil, solidario, cariñoso y pacífico. Ni siquiera ha permitido tratamiento sanitario para su dolencia, aceptando la evolución de su enfermedad de manera natural, como si quisiera evitar la prolongación de su desgracia. Y nunca lo he visto llorar, nunca, detalle significativo, conociéndolo desde la niñez, como si hubiese gastado todas sus lágrimas en la infancia y en el orfanato. Nunca ha llorado por hambre, soledad, dolor o necesidad, ni siquiera cuando le han pegado y maltratado o cuando le han robado (tantas veces) la mísera paguilla de asistencia social o cuando ha purgado con prisión como chivo expiatorio los mangoneos delictivos de otros.
Pues ya han terminado para siempre sus penalidades, pero creo, según me han informado, que siendo conocedor al menos del afecto que algunos le profesamos, de los escasos motivos de felicidad que ha podido experimentar en su desventurada vida. Descansa ya en paz, José María.
A continuación, para un mejor conocimiento, reproduzco el contenido del apartado dedicado a él en una de mis publicaciones.
José María “El Pereo”
Deambula todo el día desde muy temprano sin parar por el pueblo. Así ha sido su vida desde que nació, un deambular constante. Cuando murió su madre, siendo él pequeñito, se lo llevaron al centro de menores de la Diputación, en Armilla. Gracias a ello apenas sabe firmar. Después se marchó a Valencia al abrigo de su hermana, y por último regresó a Montefrío con su hermano Antonio, el de la joroba, que vivía solo en una choza del barrio del Arrabal. Su padre había muerto también hacía tiempo.
Es injusto a veces el papel que juega la suerte en la vida de las personas. El nacer en una época, lugar, familia y circunstancias hace que seas una cosa u otra; agraciado o desgraciado. No depende de ti, sino del azar.
Su padre fue teniente en la zona roja. El teniente “Peredo”. Si el ejército constitucional hubiese dominado la sublevación y ganado la guerra, la familia de los Pereos hubiese sido otra. Su padre se habría jubilado probablemente con una alta graduación, los hijos seguramente habrían estudiado, hecho carreras y habrían disfrutado de una vida desahogada. Pero no fue así, les tocó el lado perdedor y lo han pagado.
Cuando murió su hermano, solo en la choza, sin calor de nadie, comido de mierda y retorciéndose de dolor, se quedó totalmente desamparado. No ha tenido más familia, porque su hermana, la de Valencia, sólo se preocupó de él para echarlo de la choza y dejarlo tirado en la calle como un perro. Se le llena la boca cuando habla de algún primo o pariente del pueblo, en su ansia de tener familia como todo el mundo. Recuerdo una noche de sábado, neviscando, con un frío que helaba el alma. Estaba José María Torres Cañadas –así se llama- paseando de madrugada por la plaza porque no lo dejaba dormir el fuerte dolor de muelas. Estaba solo, sin nadie que le consolara o acompañara.
No tiene oficio ni profesión ni medio de sustento, pero hasta ahora se ha buscado la vida, muchas veces a matahambres. Malvive de hacer mandados, chapuzas, buscar setas y espárragos, etc. Ahora le ayuda a la ciega, su parienta, y parece que vive con ella y su marido.
El Pereo no conoce el concepto de propiedad. Nunca ha tenido nada ni valora la posesión. Siempre está tieso. Cuando le dan la comida en la Residencia Escolar la reparte entre sus vecinos. Los regalos y ayudas que recibe tienen el mismo fin. Por mucho que te empeñes y le aconsejes no logras hacerle cambiar. Dice que sí, que lo aprovechará él, pero al final vuelve a hacer lo mismo, lo reparte generosamente. Creo que pretende ser reconocido; que él también tiene algún poder, alguna influencia, algo que ofrecer; que es como los demás, uno más; que, simplemente, existe.
Es libre como los pájaros y como el viento, sin ataduras de ningún tipo. Cuando le facilitaron una plaza en la Residencia San Antonio no duró ni una semana. Me inclino a pensar que provocó su expulsión por vergüenza de pedir la baja voluntaria. No sabe vivir bajo reglas y normas.
No se atreve a llevarte la contraria o decirte que no. A todo dice que sí y luego hace lo que le viene en gana, quedando como un embustero, que lo es extraordinariamente.
Siempre tiene una sonrisa y le gusta mucho la guasa. Como está tuerto se dirigió al ayuntamiento para preguntar si podría solicitar alguna ayuda por ello. Le preguntó al concejal Pedro Crespo, con el que se gasta una que otra broma.
- Pedro, ¿tú crees que me darían algo por este ojo?
- Hombre, Pereo, en todo caso te darían algo por el bueno porque ese no vale un duro.
Se ríe y no se toma nada a mal. Se le gestionó una ayudita del fondo asistencial.
A pesar de haberse criado solo, en la calle, sin referente educativo y de autoridad, José María nunca ha dado un escándalo, no se le ha imputado ningún delito, no ha faltado el respeto ni molestado a nadie, ni siquiera se ha emborrachado y perdido el control y, por supuesto, nunca ha sido detenido ni ingresado en prisión (1). Sus circunstancias de vida le pronosticaban ser carne de cañón, pasto de fuego, pero su comportamiento logró vencer a las estadísticas evitando el presagio de un mal destino. Su vida se desarrolla con normalidad y algo tendrá que ver él en ello. ¿No es esta realidad un gran motivo de valoración y reconocimiento?
Chove, junio de 2022
- Hasta la publicación de esta redacción. Posteriormente ingresó en la cárcel por asumir obligado un delito no cometido.