La primera vez que tuve conciencia del trabajo de las mujeres y de la desigualdad de sexos, de la diferencia de las condiciones de vida entre el hombre y la mujer, fue en mi emigración de estudiante a Alemania, con dieciocho años. Antes, no había reparado nunca en quién barría, fregaba suelos y hacía limpieza general de la casa; ni me había fijado en quién lavaba mi ropa (a mano, por cierto, restregando y dando pulpejo a los trapos en los lavaderos públicos o el arroyo), planchaba y colocaba cada prenda en su percha y en el armario. Cambiaba de vestimenta cuando creía oportuno o cuando me lo indicaba mi madre, pero no observaba que el botón que se me había caído de la camisa días atrás o el guinchón que me hice en el pantalón jugando con los amigos ya estaban reparados y arreglados. Cuando tenía hambre o llegaba la hora de comer no tenía que pensar en cómo o qué comería porque al llegar a mi casa la mesa estaba puesta, y, si acaso, lo que me preocupaba era si me gustaba o no me gustaba lo que se me ofrecía, solicitando a mi madre, en caso de desavenencia, que me preparara alguna otra alternativa. Jamás pensé en el engorro de lavar los platos porque nunca lo había hecho.
Todos estos trabajos y muchos más los hacía mi madre sin que reparáramos en ello, y sin ayuda de nadie, ni de mi padre ni de mis hermanos (mi hermana estaba aún pequeña, pero su desarrollo físico iba compaginándose también con sus responsabilidades en el hogar). Nunca demandó mi madre algún tipo de colaboración ni hizo referencia o alusión al privilegio que teníamos los varones con respecto a las mujeres, a la bicoca que nos había tocado por el simple hecho de ser machos; era nuestro derecho por herencia ancestral.
Y fue en Herford, como digo, en Alemania, donde experimenté estas diferencias, estas desigualdades, esta injusticia, pues al estar solo sin nadie que acometiera estos pesados y engorrosos trabajos valoré en toda su extensión y con objetividad el papel de mi madre, la mujer, en el hogar.
Pero no ha de interpretarse lo que digo como el reconocimiento a la labor del ama de casa es sí mismo, que también, o al reparto de funciones de la mujer en la casa y el hombre en el tajo o puesto, sino que quiero poner el énfasis en la diferencia, la discriminación y la desventaja de la mujer con respecto al hombre por el simple hecho de haber nacido mujer. Allí, en Alemania, donde casi todos los matrimonios emigrantes, el hombre y la mujer trabajaban en la misma fábrica e incluso en la misma sección y función, al llegar a casa tras la jornada laboral ellos se dedicaban a jugar al dómino, a las cartas o a la cháchara con los paisanos y vecinos, sentados cómodamente disfrutando de unas cervecitas acompañadas de alguna tapita preparada también, por supuesto, por las mujeres. Y mientras que ellos disfrutaban de este merecido descanso y relax, ellas, las mujeres, se dedicaban a realizar todas las faenas apuntadas anteriormente y preparaban la merienda para el día siguiente. Incluso se acostaban muchas veces después que los hombres porque no les daba tiempo a hacer todas estas tareas. Y a la mañana siguiente, de madrugada, se levantaban antes que los hombres también para preparar el desayuno y dejar la cama hecha antes de irse con el marido a la fábrica. Allí percibí y sentí con pesar la discriminación de la mujer por primera vez.
Luego, con el regreso a España, las cosas para mí no cambaron tampoco mucho en los hechos, aunque sí en el pensamiento, porque aquí seguía predominando el machismo más exacerbado (eran los años setenta). Ahora, cuando escribo estas líneas, hago lo que puedo, que no es mucho, porque la cultura diferencial heredada está incrustada y arraigada profundamente en cuerpo y mente tanto en el hombre como en la mujer, pero al menos soy consciente de ello, creo en la igualdad y la defiendo, tengo propósito permanente de enmienda y procuro corregir esta injusticia para las generaciones futuras con la educación de mis hijos. Y sirva también la presente reflexión como confesión y acto de contrición por mi mala actuación como esposo y hombre.
Granada, 8 de marzo de 2018