Las marcas de cantero en la Iglesia de la Encarnación de Montefrío

La iglesia de la Encarnación de Montefrío guarda muchos interrogantes e incógnitas; es un misterio en sí misma. Desde su propio diseño, singular en el conjunto de los templos religiosos cristianos, hasta su monumentalidad. ¿Cómo se explica una iglesia de esa sorprendente envergadura y modelo artístico-constructivo en un pueblo pequeño y aislado como Montefrío? Es atípica también por su orientación, distinta a la generalidad de los templos cristianos; contraria a la iglesia de la Villa y la de San Antonio (del convento). Y guarda también secretos en cuanto a su iluminación, como se verá en una próxima publicación. Asombra, así mismo, la perfección y detalles en su construcción, detalles incluso en las zonas inaccesibles, apartados de la visión normal de los visitantes.

Las medidas, plomadas, curvas, aristas, planos, bóvedas, escaleras, etc., perfectas, después de haber pasado más de doscientos veinte años desde su construcción. Porque el arte debe ser exacto y riguroso como lo son los principios universales de lo creado, de la naturaleza a la que el arte no hace sino imitar. Incluso su propio creador, su diseñador y arquitecto, era desconocido hasta hace bien poco. Un arquitecto, no obstante, célebre por sus conocimientos, capacidad y profesionalidad, Domingo Antonio Lois de Monteagudo. ¿Cómo ha podido pasar tanto tiempo sin que se sepa el autor de esta sorprendente, sobresaliente y ejemplar construcción?

La iglesia de la Encarnación de Montefrío guarda muchos interrogantes e incógnitas; es un misterio en sí misma. Desde su propio diseño, singular en el conjunto de los templos religiosos cristianos, hasta su monumentalidad. ¿Cómo se explica una iglesia de esa sorprendente envergadura y modelo artístico-constructivo en un pueblo pequeño y aislado como Montefrío? Es atípica también por su orientación, distinta a la generalidad de los templos cristianos; contraria a la iglesia de la Villa y la de San Antonio (del convento). Y guarda también secretos en cuanto a su iluminación, como se verá en una próxima publicación. Asombra, así mismo, la perfección y detalles en su construcción, detalles incluso en las zonas inaccesibles, apartados de la visión normal de los visitantes.

En fin, son muchas las particularidades que nos maravillan de esta imponente obra maestra. El trabajo que aquí se expone redunda sobre lo mismo. En este caso, el enigma y desconocimiento de uno de los colectivos de obreros artífice de esta realidad: los canteros. Si se desconocía la autoría del proyecto ¿cómo se va a saber algo de los responsables de su construcción? ¿Quiénes fueron los canteros y albañiles que trabajaron en la iglesia de la Encarnación? Los canteros, conocedores de esta realidad, sabían que la historia se repetiría una vez más, que aquellos que habían ganado la batalla, los infantes de a pie, pasarían ignorados al futuro. Por eso dejaban reflejada de forma velada y misteriosa, a la vez que prudente, su identidad. Tan prudente que han tenido que pasar más de doscientos veinte años para que tomemos conciencia de su existencia.

Poco o nada se ha hablado durante este tiempo pasado de estos hombres, de estos aguerridos trabajadores. Resulta paradójico que un obrero que desempeña un trabajo tan duro y con materiales tan toscos y rudos pueda crear obras tan sensibles, finas y delicadas; que de esas manos tan ásperas y dañadas puedan salir piezas tan suaves y delicadas, formando un conjunto de tanta belleza. Porque la piedra limpia de cantería en manos de un cantero es un producto repleto de simbolismo, excelente durabilidad, eficiencia, sostenibilidad y gran belleza plástica.

Así comienza la narrativa de este trabajo. Fue por azar, porque un cantero actual llamó mi atención sobre su realidad al indicarme las marcas o señales de su identidad, de su presencia. Allá en las alturas, bajo el alero del tejado, los canteros se nos vienen manifestando desde que colocaban con precisión piedra sobre piedra, como si fuese ayer mismo, pretendiendo hacer inmortal su identidad. Por eso, su contenido, además de proporcionar mayor conocimiento sobre nuestro patrimonio arquitectónico religioso, quiero que sirva también como pequeño homenaje y reconocimiento de estos excelentes trabajadores, sin los cuales la realidad de la iglesia de la Encarnación no hubiese sido posible: un regalo delicia para nuestro disfrute y de toda la humanidad.