Lo bueno de la vida

El otro día, mi colega Encarnita nos propuso al grupo de WhatsApp que reflexionáramos sobre lo acontecido bueno en el día. Precisamente, yo realizo esa práctica con frecuencia durante mi ejercicio de andar matinal. Me viene muy bien, porque ordeno mis ideas, mi pensamiento, controlo y me siento más seguro. También me favorece hacer un repaso a mis ocupaciones, la familia, los amigos, etc. tratando de mejorar aquello de lo que de mí dependa.

Esa misma mañana, la memoria me provocó un recuerdo en un principio fútil, sin sentido, pero, tras una detenida y sosegada reflexión, me permitió deducir de él que, en realidad, yo había sido una persona afortunada en esta vida. El recuerdo sugerido fue mi “nervioso” de juventud; mi querida Elvira, algunos colegas y amigos saben de qué estoy hablando. Se trata del coche SEAT 600 que mi padre me compró en mi época de estudiante. Seguramente pensaréis que es un recuerdo insignificante y sin importancia, pero no, y me explico.

Por aquellos años, primeros de los setenta, creo que yo era el único de los estudiantes de magisterio que acudía a clase con coche, y lo aparcaba en el patio de la Normal dedicado a ello junto a otros cuatro o cinco, propiedad de los profesores. Mi coche se distinguía ostensiblemente de todos porque me lo había pintado a pistola de pintar portones un amigo herrero de mi pueblo con un color amarillo chillón, deslumbrante. Le pusimos de nombre “Nervioso”, porque tenía mucho genio, fuerza, reacción (subía la cuesta del Chapiz con cinco y hasta seis personas con un brío que yo, asombrado, miraba hacia atrás porque parecía que le estaban empujando). Mis amigos lo recuerdan con cariño porque nos proporcionó divertimento y felicidad; con él nos desplazábamos por la ciudad y alrededores y acudíamos a las fiestas de los pueblos limítrofes. Ninguno de mis amigos ni conocidos disponía de un coche a su servicio como lo tenía yo, en la época de estudiantes en Granada.

Otro detallé que valoré esa mañana es que yo no tenía asignada una cantidad concreta y limitada de dinero para los gastos de la semana o el mes en Granada. Cuando iba a mi casa del pueblo o me hacía falta dinero, mi padre me indicaba el bolsillo o el cajón y me decía que cogiera lo que me hiciera falta. Siempre fui prudente en el gasto, pero nunca me faltó un duro en el bolsillo, ni en la época de estudiante ni nunca.

Tampoco compartí habitación de estudiante ni residí en piso alguno dedicado a ello; hice el bachiller internado en la academia Fides y durante la carrera en un piso junto a mi hermano Paco, de nuestra propiedad, que lo compró mi padre con la ayuda de nuestro trabajo en Alemania. Este piso lo vine utilizando después hasta que me casé, e incluso unos años después de casado.

¿Pero por qué esta suerte, esta fortuna? Los tres privilegios (se pueden denominar así) apuntados anteriormente, y otros no mencionados, responden a una manera de actuar consciente y premeditada de mi padre. Mi padre no se portaba así para satisfacer caprichos o por gestionar de manera frívola o irresponsable su papel como cabeza de familia; sabía lo que hacía perfectamente. Era su forma de impartir justicia, de reconocer y gratificar mis aportaciones, y de reforzar mi comportamiento responsable otorgándome libertad. Yo, lo mismo que mis hermanos, hasta que nos casamos e independizamos, siempre le entregamos a nuestro padre los ingresos por nuestro trabajo de manera íntegra, sin reservarnos ni un duro.

Pero, esta breve reflexión de mi fortuna en la vida no se limita solo a mi época de estudiante, sino que abarca toda mi existencia. A pesar de las vicisitudes y encontronazos que la vida me ha deparado, como a cualquier otra persona, principalmente de salud, mi vida, en general, ha sido afortunada. Desde que me parieron, en el lugar y la familia, pasando por mi infancia y juventud, yo he sido siempre muy feliz. Mi padre me inculcó el valor del trabajo y la responsabilidad, y desde pequeño he ayudado en el negocio familiar, he trabajado en Alemania en mi época de estudiante, y he sacado adelante todos los estudios que he iniciado. De mi vida laboral me siento igualmente satisfecho y feliz; he seguido la senda de mis maestros, de los que también me siento orgulloso y así lo manifiesto cada vez que tengo oportunidad.

He sido afortunado también en la elección de mi pareja de por vida, y me siento orgulloso de la familia que hemos creado, nuestros hijos, yerno, nuera y nietas, como igualmente me siento de la familia general, la grande; también aquí hemos tenido mucha suerte en este aspecto.

Igualmente he sido afortunado en la amistad, acaudalado diría yo, porque la amistad es una de las mejores riquezas y caudales de la persona; y en ese aspecto yo me siento rico, he conseguido una gran fortuna y caudal.  

Con respecto a mis inquietudes sociales, creo que he aportado mi granito de arena contribuyendo al desarrollo y mejora de la colectividad, de la sociedad a la que me ha correspondido por mi turno en esta vida. Y lo he hecho desde la convicción de mis ideas y mi forma de pensar, de manera honesta, con la mejor intención y procurando no perjudicar ni hacer daño a nadie.

En definitiva, como conclusión de mi reflexión de esa mañana, pienso que la vida se ha portado bien conmigo y debo dar gracias por ello.

Pero soy consciente de que esta misma o parecida reflexión puede llevar a cualquier otra persona a la misma deducción, por lo que la moraleja de este relato consiste, como proponía mi colega Encarni, en pensar en positivo de vez en cuando sobre lo bueno que a cada uno le ha deparado la vida, que será mucho, sin lugar a duda, y con toda seguridad os sentiréis más felices.

Chove, enero de 2023       

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