Habían salido de misa de la iglesia Parroquia de Santa Coloma, en la plaza de Pío XII, y se disponían a dar el paseíllo previo a la cervecita. Juan y Cristóbal los estaban esperando en la misma plaza, pues ellos respetan todo lo relacionado con la iglesia, incluso colaboran con las actividades que organiza la parroquia, pero no son muy practicantes que digamos; tienen su manera particular de ejercer los preceptos que conlleva el bautismo en el catolicismo, y lo que es la misa, eso lo consideran una ceremonia repetitiva y aburrida a la que sus esposas Remedios y María hay ya tiempo que desistieron, aburridas, de convencerlos para que cumplieran con ese deber cristiano de asistir a la celebración de la eucaristía. Pedro, que acompaña siempre a su esposa Juana y a las de sus dos amigos, lo hace voluntariamente, pero también ha influido su carácter dócil, bonachón y amoldable que hábilmente maneja su mujer, y que, por otra parte, también le permite aguantar sin rechistar las bromas y comentarios irónicos que al respecto le dirigen sus amigos.
Hacía una mañana de domingo otoñal espléndido, de sol radiante y cielo azul añil limpio, totalmente despejado; a las tres parejas les gusta dar su paseíto bajando por Carrer de Marina y tomar una cervecilla los domingos por la mañana en el “Bar Pepe” de la calle Sant Carles, y desde que se jubilaron los maridos lo hacen sin interrupción. Son emigrantes andaluces, que se trasladaron a Santa Coloma de Gramanet buscando el porvenir de sus hijos cuando estos alcanzaban la edad de trabajar. Ya han pasado más de cuarenta años y las esperanzas de retornar a su tierra se han ido desvaneciendo al tiempo que sus hijos enraizaban en Cataluña con la tercera generación familiar.
A la vuelta del corto, pero agradable paseo, en el que tomaron temperatura de aquel bendito sol y estiraron un poco las piernas haciendo circular la sangre con el ejercicio –como son todos jubilados, el médico les ha aconsejado que se muevan y caminen todo lo que puedan-, les estaba esperando el joven camarero del bar, un establecimiento muy conocido por sus buenas tapas, como todos los domingos, con la mesa reservada detrás de la esquina, resguardada del posible airecillo que pudiera molestarles.
– ¡Yo no voy ya!, dijo Juan con decisión apenas se había sentado y antes incluso de pedir su bebida, como si los demás conocieran el contenido de la conversación que había estado manteniendo con Cristóbal mientras esperaban la salida de misa.
– ¿Que no vas adonde?, preguntó Remedios, su esposa, una vez hubo esperado a que todo el grupo se acomodara y pidiera sus respectivas consumiciones, elevando arrugado el labio superior, con gesto de indiferencia y desdén, como diciendo, veremos a ver por donde sale ahora éste.
A ella, y a las demás, no es que les importe mucho a estas alturas, después de haber aguantado tantas faenas de sus maridos, el cambio de opinión de sus parejas, pues ahora están en la seguridad de que muy probablemente se hará lo que ellas dispongan, pero por curiosidad y para preparar la alternativa quería saber qué había pasado para que su marido hiciese aquel comentario lacónico, pues intuía a qué se estaba refiriendo cuando decía que ya no iba.
Cuando se llega a cierta edad empieza a declinar la primacía del hombre respecto a la mujer. Con la pérdida de ímpetu, la fuerza y el vigor físico y sexual, sobre todo el sexual, el varón percibe su debilidad e inseguridad y se vuelve más dependiente y necesitado, lo que convierte su carácter y personalidad en sumisa y doblegada, entrando por casi todas, e incluso razonando la conveniencia de su transigencia. En cambio, la mujer permanece fuerte, lúcida, segura y con todo el poder que le otorga la experiencia y el aprendizaje adquirido durante tantos años de convivencia; y sin premeditación ni revanchismo, por pura inercia, va tomando posesión del gobierno y dirección de la casa y de la vida de la pareja.
– ¡Que ya no voy a ver al Papa!, continuaba lacónico esperando la turbonada verbal y reacción de la mujer.
– Mira, Juan, no digas tonterías, ¿cómo no vas a ir después de haberle dicho al párroco que te apunte, y de haberte comprometido?. ¿Por qué dices eso ahora, que bicho te ha picado?, contesto aún apacible Remedios.
– Es que dice que ha oído las noticias de la Ser; que han dicho unas cosas que no le gustan nada, tan poco le gustan que le han echado para atrás, aclaró algo más su amigo Cristóbal.
– ¿Pero qué es lo que han dicho, tan gordo es como para que nos borremos del viaje?, intervino María, esposa de Cristóbal, sorprendida también por el cambio de opinión de Juan.
Los tres matrimonios se habían apuntado días atrás al viaje que organizaba la parroquia para asistir a los actos y ceremonias que con motivo de la visita del Santo Padre Benedicto XVI a Barcelona se celebrarían en la Sagrada Familia.
– Pues nosotros vamos, aunque tengamos que ir solos. ¡Venga, hombre, quién ha visto, parece mentira, con la edad que tenemos!
Juana se desmarcó de inmediato de aquella variante, incluyendo a su marido, sin esperar incluso a conocer las razones que todavía no había argumentado Juan.
Cristóbal amplió un poco más la información dando conocimiento de parte del contenido de la conversación que mantuvo con su amigo minutos antes, durante la espera de la salida de misa.
– Yo creo que es por lo del aborto y el matrimonio de los homosexuales; estas cosas han irritado mucho al Pontífice y ahora vamos a pagar nosotros las consecuencias, ¿pero qué culpa tenemos nosotros de eso?
– La culpa la tiene Zapatero, intervino espoleado por primera vez Pedro, sin dudarlo, haciendo muestra de sus pocas simpatías hacia el presidente. Pero Zapatero no nos va a impedir a nosotros –refiriéndose a su esposa y a él, dejando claro la coincidencia de opinión y apoyo a ella- recibir al Papa y acompañarlo porque a él no le guste la religión. Ya lleva tiempo saliéndole la vena de su abuelo, que dicen que era ateo, republicano y más rojo que Negrín.
– Pero bueno, ¿nos queréis decir lo que ha dicho la radio, que me estáis poniendo a mí ya también preocupada?, preguntó con aire de nerviosismo María.
– No le hagáis caso, seguro que son excusas para no ir; siempre me tiene que dar el disgusto. Yo sabía que se había apuntado sin estar conforme, porque desde entonces no ha parado de refunfuñar: que si va a llover, que el frío que hace, que nos pondremos malos… Ahora, que yo voy aunque tenga que ir sola, digo, faltaría más, que me tiene muy acostumbrada a estas rarezas suyas.
Hizo Remedios una pausa de unos segundos mientras sacaba el pañuelo del bolso y se sonaba la nariz, y continuó diciendo
– ¿Qué puede ser tan grave lo que hayan dicho como para que le hagamos un feo al cura y no veamos al Papa?. Una oportunidad que se nos presenta en la vida, porque a este ni a otro Papa ya no lo vemos más. Juana, cuenta conmigo, que yo voy también con vosotros.
– Cristóbal, ¿qué es lo que pasa?, insistió María dirigiéndose a su marido sin definirse y preocupada también por la incertidumbre y falta de decisión ante sus amigas.
– Que Juan está preocupado por lo que pueda pasar ese día en la Sagrada Familia a la gente que vaya allí, contestó Cristóbal.
– Pero hombre de Dios, qué va a pasar, si vamos a estar con el Santo Padre, y toda la gente que asiste es gente buena y de orden. Se juntará mucho personal y pillaremos algún que otro achuchón, eso sí, y siempre se correrá algún riesgo, pero estando donde vamos a estar y con quién vamos a estar yo creo que el Señor nos protegerá, argumentó Pedro intentando eliminar recelos y calmar algo la situación.
Todos permanecieron en silencio esperando que Juan o Cristóbal, alguno de los dos, expusieran los motivos concretos de los motivos que hacían pensar a Juan que podrían exponerse ante una situación de peligro yendo a ver al Papa. Pero Juan se mostraba indiferente, mirando hacia el fondo de la plaza, sin decir ni pío.
Transcurridos unos minutos de enigmático silencio, Remedios, con los nervios a flor de piel, se dirigió nuevamente a su marido gesticulando con los brazos y alzando un poco la voz.
– ¿Quieres decirnos de una vez, so malafollá, que es lo que has escuchado en la radio?
Por fin, Juan, dejó sobre la mesa el vaso de cerveza, bajó la pierna que tenía cruzada, se sentó en el filo de la silla apoyando los brazos sobre las rodillas y, recibiendo la mirada expectante de todos los reunidos, expuso en voz baja.
– Ha dicho una periodista de la cadena Ser en los informativos de esta mañana –y esto es real- que con motivo de la visita del Papa a Barcelona, “le van a dar diez mil hostias a los asistente, procurando que reciban tanto los de dentro como los de fuera de la Sagrada Familia”. Por lo visto -continuó Juan-, según esta mujer, se han encargado cien sacerdotes de repartirlas, y se han organizado por los alrededores del templo para que todo el mundo pille. Vamos, que yo no voy ni muerto.
– Yo creo que es por lo que he dicho antes, remató Cristóbal ahora ya convencido totalmente, el Papa está cabreado con España por lo del aborto y el matrimonio de los gay, y quiere que paguemos el pecado con esa penitencia. Seguro que han buscado a cien curas jóvenes, de esos apretados, que están enteros, hechos un queso, y con la fuerza que tienen que tener van a repartir cada hostia que le harán la puñeta a todo el que pille una. Yo no voy tampoco, –concluyó Cristóbal- que ya está uno delicado, me quedo aquí con Juan. Que me perdone el párroco y el Santo Padre.