Un día de rehabilitación

Son las ocho y media de la mañana, martes, no tiene que sonar el despertador, estoy despierto y me levanto decido, con ilusión y ánimo renovado. Hoy toca rehabilitación a las diez en punto en el local de la Asociación de Pacientes Cardíacos de Granada y Provincia; me aseo, desayuno y preparo la mochila. Las noticias de la radio cada día empeoran la prima de riesgo y la bolsa. La temperatura del cartel de la farmacia determinará la ropa de abrigo que preciso; es obligado hacerlo porque el oraje en Granada cambia de la noche a la mañana y hay que prevenir sorpresas. No se me hace monótono el trayecto aun siendo siempre el mismo, al contrario, es distraído, ameno y resulta cada día diferente, porque, creo yo, el ánimo que provoca en mi mente la experiencia que me espera irradia en mí un sentimiento positivo que convierte en agradables todos los estímulos que me circundan. Salgo a la calle y me reencuentro con el grato bullicio de la vida, del tráfico y las personas que transitan por Recogidas, llenas de vitalidad y presurosas a sus quehaceres diarios, a sus mandados, al trabajo del que todavía lo conserva. En la esquina ya está tocando su violín el rumano, que me saluda mostrando con timidez una leve reverencia –creo que por confianza y agradecimiento de vecindad, pues nunca he hablado con él ni le he correspondido con moneda alguna-. Un poco más abajo hay otro que toca igual de mal el acordeón. Si estos hombres practicaran con intención de aprender a tocar bien las muchas horas que le dedican al día, estoy seguro de que conseguirían ganarse con la música mucho mejor la vida. Al fondo de la calle ya me ha divisado de lejos un joven
africano, me espera con su cara de ébano angelical y ojos como platos, gorro entre las manos a modo de jarrillo, esbozando una agradable sonrisa. “Buenos días, señor”, “buenos días”, le contesto con gesto de correspondencia, complementada los viernes con una moneda de euro. Como ellos, veo cada día más pobres gentes suplicando ayuda e incluso discutiendo entre ellos, disputando su espacio y miseria; los tiempos presentes empeoran para todos, pero más para los desgraciados. A la par, proliferan los carteles de “Traspasa”, “Vende” o “Alquila”. Mientras tanto, y a pesar de la agobiante crisis, a uno y otro lado de la acera, Caja Granada, Caja Rural, La Caixa y otras entidades bancarias se afanan en la atención de sus clientes que esperan agrupados en largas colas; las perfumerías, cafeterías, tiendas de móviles y otros comercios también hacen su negocio. Y yo no dejo de pensar cada día en estos pobres pedigüeños y en sus familias, sus padres, hermanos, esposas e hijos. En lo trabajosa que resulta la vida para los desdichados y en lo injusto de su destino. ¿Qué culpa tienen ellos de haber nacido en sus lugares de origen, en esas familias? En el mundo no habrá justicia ni paz mientras que unos lo tengan todo y otros nada posean. Continúo mi camino y distraigo el pensamiento observando el lento avance de las obras del metro por la redonda; de ello se quejan los vecinos y comerciantes afectados. ¿No se podría haber hecho el metro sólo en superficie, ahorrando tiempo de ejecución y dinero? Porque hay que ver la maquinaria pesada que se está utilizando y la cantidad de hierro y hormigón que se entierra; ¡lo que eso debe costar, y en los tiempos que corren! ¿No se podría haber empleado el dinero en investigación científico-médica, para averiguar por qué se adhiere el colesterol a las paredes de las coronarias ocasionando esta enfermedad tan generalizada? Bueno, esperemos que al menos merezca la pena, y si el resultado de la inversión es exitoso se olvidará y perdonará todo.
Las aguas embalsadas del Genil impiden apreciar su caudal, pero debe ser bajo porque este invierno ha sido poco generoso en lluvias. No obstante, la ribera ilusiona y levanta el ánimo con el volumen de agua embalsada y el paseo arbolado. Me gusta ver el agua correr en la búsqueda de los campos para darles vida, porque el agua es vida y ni los campos ni nosotros seríamos nada sin ella.
Los alumnos del colegio “Jardín de la Reina” corretean y juegan inocentemente en el patio, ajenos a lo que le deparará el futuro; todavía no ha llegado su tiempo de enfrentarse en solitario a la realidad, de echar a volar. Un grupo de maestros debate airado, gesticulando y alzando la voz, sobre los recortes en educación. Casi enfrente, alumnos de otros centros brincan con gran alborozo retozando al bajar de los autobuses que los han transportado desde sus lugares de origen para visitar el Parque de las Ciencias. La acertada inversión en este proyecto la observo cada día en el ambiente de visitas y en las muestras de satisfacción de los visitantes.
Un poco más adelante, a medio camino de mi destino, a los pies del edificio de Caja Granada –ese enorme cubo de hormigón con ventanas simétricas que me recuerda al cementerio, frío y feo para mi gusto, pero exitoso para entendidos en diseño arquitectónico- un grupo de mayores aficionados al ciclismo se dan cita en este lugar para iniciar su itinerario de hoy; algunos, aseguraría que superan los setenta. En Granada y los pueblos del cinturón hay buena afición a este deporte tan sano, y prueba de ello la da el magnífico trabajo de las escuelas de ciclismo como “Mountain bike churriana”, “club ciclista lojeño”, “Santa Fe”, “Armilla”, “Huétor Tájar” y muchos otros cuya labor nunca será suficientemente agradecida. Aprovecho aquí para rendir homenaje al amateur y gran campeón montefrieño David Romero Cano: ha sido dos veces Campeón del Mundo en la categoría Máster 30, Campeón de la Copa de España y bronce en el Mundial del 2008.
Durante mi trayecto paso también por dos bonitos parques bien habilitados con equipamiento de gimnasia, del que hacen buen uso vecinos de todas las edades de los barrios colindantes; esta práctica, cada vez más generalizada, redundará sin duda en beneficio de su salud.
Ya queda menos por llegar, voy con buen tiempo, suficiente para saludar y departir unos minutos con los compañeros de grupo de rehabilitación.
La calle Dr. Félix Rodríguez de la Fuente es una especie de bulevar que me protege con su arboleda de la lluvia en invierno y del sol en verano, y a su tránsito me rejuvenece el ambiente de los grandes centros educativos de Salesianos y Carmelo. En ella prestan también las Hermanitas de los Pobres una magnífica labor social en el extraordinario edificio de cinco estrellas que usan como Residencia para Mayores –las hermanas llevan trabajando por los pobres de Granada ciento cincuenta años-. Está considerada como una de las mejores residencias de Granada. Se presenta como un problema importante para ésta nuestra nueva sociedad el encontrar un lugar adecuado para ser atendidas con dignidad las personas en la última etapa de su vida; por ello cobra mayor valor el servicio de estas Hermanas. Siempre hay alguien barriendo, cortando césped, arreglando los jardines, etc. Me hace feliz ver a los viejecillos sentados cómodamente o paseando por el recinto ajardinado. Espero, al menos, verme como ellos algún día.
Ya han terminado las obras de la glorieta de la esquina del Carmelo; la proximidad de las últimas elecciones le imprimió mayor velocidad. La plazoleta Francisco Palau y Quer ha mejorado mucho, y hermosea en el centro la imagen del ilustre beato, sacerdote y fraile carmelita. Gracias a la democracia, los barrios obreros periféricos históricamente olvidados por la administración, como el del Zaidín, comenzaron a cobrar protagonismo, aunque todavía no todo el que en justicia les corresponde.
Ya estoy en la puerta de la sede de la Asociación, se me ilumina un poco el alma, porque la rehabilitación y las actividades en general que en ella se practican no sólo estimulan el corazón, los músculos y los huesos, sino a la persona como un todo: su estado de ánimo, el equilibrio mental, los sentimientos, las emociones, etc.; en definitiva, el cuerpo, la mente y el alma.
La principal preocupación de las personas es el miedo, el miedo al dolor y la muerte, el miedo a lo desconocido. Y la Asociación es uno de los mejores antídotos contra ese miedo; nos agrupamos no sólo para sentirnos seguros y protegidos, solidarizándonos en la lucha contra la enfermedad, sino para descubrir nuevos horizontes, senderos alternativos, esperanza, en suma, porque la vida sigue ahí en todo su esplendor.
Hemos tenido mucha suerte desde el preciso momento de la constitución de esta organización, pues siempre hemos contado con personas altruistas, desinteresadas, que han ofrecido su dedicación y esfuerzo para llevar las riendas de la Asociación y colaborar en pro de los fines marcados, así como de su buen funcionamiento. Todas las Juntas Directivas han hecho un buen trabajo: Vicente, Rafael, Sebastián; el Dr. Rodríguez, nuestro cardiólogo, nos controla, nos sigue y orienta; Antonio Guerrero, el incansable revistero y responsable de la red informática; la factótum y alegre Loreto; los voluntarios y tantos otros que harían una lista interminable. La actual Directiva de Miguel Rodríguez, en el poco tiempo que lleva de gestión, está ya dando muestras de un trabajo serio y responsable.
Abro la puerta y me encuentro a sor Josefina, el alma mater de la casa, nuestra madre, una mujer coronada en plata, sencilla, callada y tierna, pero dura y suave como la piedra viva de río para el trabajo con los demás; su humildad le dificulta mirar hacia arriba, a la cara. En religiosos y religiosas como ella hay que observar la misión de la iglesia, y no en la alta jerarquía perdida en la maraña interesada y fría de la política y el poder.
Mi grupo de rehabilitación es cohesionado y responsable, que sigue disciplinado los ejercicios y controles precisos de Lola, nuestra querida y activa fisioterapeuta. Aquí nos pesan, nos miden, nos toman la tensión arterial y la frecuencia cardíaca, y procuran mantenernos en forma –dependiendo de nuestra colaboración- para prevenir episodios como el que nos trajo aquí.
Desde que entramos hasta que salimos de la sede pasa alrededor de hora y media, y todo ese tiempo es tiempo de rehabilitación, porque también nos rehabilitamos con la simpatía, el permanente buen humor y el ánimo de nuestros compañeros, como el de nuestro querido Manuel castilla, un veterano de la vida y de dilatada experiencia, que ha pasado por muchos caminos, que ha recorrido Europa –Alemania, Francia, Luxemburgo, Bélgica- trabajando duro para sacar a su familia adelante. O el de Juan Jiménez, cuya voluntad inquebrantable le ayuda a venir a veces hasta con andador, sin miedo a las malas jugadas que le hace pasar la próstata, y riéndose de sus temblores diciendo que se la tiene que coger para mear con la mano izquierda porque con la derecha pone perdido el cuarto de baño. “Estás como un chavea, Juan”, le dice un compañero. “No me digas eso, contesta con ese fino humor granaíno, vayamos a que me dé ahora también el sarampión”. De todos ellos aprendo cada día algo, a seguir viviendo con alegría e ilusión.
Y es que la Asociación y la rehabilitación nos ha hecho concebir la vida de otra forma: con calma, sin intereses superfluos, con tolerancia, con sensibilidad, con mucha ilusión, con ganas y muy intensamente.
Granada junio de 2012
José Guzmán Flores (Chove). Para la revista Vivir con Corazón

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