Día Internacional de la Mujer Trabajadora
“Remeditos”: una proeza de madre
Cuando dedico algunas líneas para reconocer las virtudes y méritos de alguno de nuestros vecinos, pretendo con ello también dar a conocer las entrañas de nuestro pueblo, su fundamento noble, sus señas humanas de identidad. Porque es con las vidas de estos personajes, que hacen pueblo e historia, con las que mejor se puede mostrar la idiosincrasia de Montefrío y sus gentes. Vidas siempre silenciosas y humildes, desapercibidas al ser tan corrientes, pero dignas y merecedoras del mejor de los homenajes, aunque nunca se haya reparado en ellas para tal reconocimiento.
No tengo motivo especial como accidente, muerte, premio, etc. para hablar hoy de este personaje; ¿acaso hay que esperar a ello para hacerlo? Gracias a Dios está viva y deslumbrante. Así la encuentro sentada en el sofá de su casa en la calle Las Parras, en el paseo, cuando voy a hacerle la visita-entrevista. Guapa y elegante, acompañada de su hija mayor. Está nerviosa porque nunca ha tenido protagonismo ni ha sido la atención de nada. Pero su vida ha sido una auténtica gesta colmada de conquista tras conquista hasta conseguir el triunfo final, como es el ver su proyecto de vida familiar felizmente realizado: ocho hijos fuertes y sanos, con sus respectivas familias, trabajando todos y económicamente acomodados.
Como esta heroína anónima y esta familia hay otros ejemplos en Montefrío, tan dignos como para ser también protagonistas en páginas como las presentes y muestra de la proeza de las mujeres montefrieñas.
Quién le iba a decir a ella, cuando en 1978, con treinta y seis años y ocho hijos como perdigones, cuatro varones y cuatro hembras, entre dos y catorce años, que iba a verse como se ve ahora. Estoy hablando de Remedios Mazuela Cervera, “Remeditos”, una buena y trabajadora mujer, montefrieña por los cuatro costados, vecina toda su vida del barrio más antiguo del pueblo, El Arrabal. Se casó en el sesenta, a los dieciocho años, con Juan Antonio Cano Mercado “El Paleto”, y tras otros dieciocho años de dificultades y penalidades, pero de feliz matrimonio, su marido murió en el hospital de Cartuja tras una larga enfermedad de estómago. Mientras duró la hospitalización, sus hijos los repartía entre los vecinos para poder asistir a su marido. Desde aquel día funesto, permanece indeleble en su mente la nítida imagen de sus ocho hijos rodeando a su marido yacente en la cama. ¡Qué será de mí y de mis hijos, cómo voy a criarlos, cómo saldré adelante!, esa fue la obsesión de su vida desde entonces, su único objetivo por el que se entregó en cuerpo y alma. ¡¡Y lo consiguió, salió adelante y triunfó!!.
Remeditos nunca fue a la escuela, comenzó su vida laboral “acumuá” un verano, sin haber cumplido siquiera los seis años, guardando cabras y cochinos en el cortijo de Escalona, en Campohumano, donde su hermano Francisco estaba de gañán. Cumplidos ya los seis empezó a trabajar con Cristóbal Comino acarreando agua del pilar de dos caños, lavando platos, limpiando y haciendo lo que la madurez de su cuerpo le iba permitiendo con el paso de los años. A los diez ya fue capaz de guisar en un cortijo del Hacho de Loja, donde su madre trabajaba con Frasquito y Andrea. Hasta entonces la única diversión que tuvo en su niñez fue subirse en el borrico “Chapines”, que lo utilizaban para el traslado a lavar la ropa en el cortijo de Escalona. De los doce a los diecinueve se puso a servir en el Paseo con Luciana y Carmencita, y como el trabajo se pagaba prácticamente con la comida y algún que otro arrimillo culinario, durante la temporada de recogida de aceitunas compatibilizaba ambos trabajos, al igual que cuando se dedicaba a buscar verde (collejas, espárragos, cardillos, etc.) en la “Cañá de Palomo” para venderlos a tres manojos la peseta o cambiarlos por un cantillo de pan y aceite.
Pero nunca se consideró desgraciada, vivía la vida con alegría, se divertía y era feliz jugando cuando podía con los vecinos del barrio y aprovechando cualquier recurso que le proporcionara su entorno. Jamás sintió envidia ni rencor por el papel que le toco desempeñar, y ni soñaba o esperanzaba otra vida de plenitud económica y social. Se aceptaba así misma y su condición de pobre y no pensaba en su legítimo derecho a una vida mejor, una vida normal. Y es que los pobres por entonces ni siquiera se planteaban aspiraciones a grandes mejoras. Ese gran colectivo social consideraba su status como algo parecido a un precepto divino, que le había tocado, que era esa la vida que le pertenecía, y, posiblemente por ello, estos vecinos se reían y disfrutaban con cualquier oportunidad que se les presentaba, y se sentían muy felices por el simple privilegio de comer, vestirse, dormir bajo techo y criarse fuertes y sanos. Es ahora, con la perspectiva del paso del tiempo, cuando Remeditos se ve a sí misma y a su amplia familia plenamente satisfecha de lo que necesita y desea, cuando es consciente de la vida de injusticia que le tocó vivir. Y por ello se siente inmensamente feliz y da gracias a todo el mundo y especialmente a los que le ayudaron y tendieron su mano, pidiendo tan sólo, que ni ella ni sus hijos ni nadie tenga que volver a experimentar aquellos desgraciados y miserables tiempos.
Cumplidos ya los dieciocho, cuando su sufrida vida la había convertido en toda una mujer madura, se fue con su novio. “Irse con el novio” o “llevarse la novia” era por aquellos años una expresión muy familiar y corriente por su frecuente uso. Así se llamaba la forma de casarse de la mayoría de los pobres, los que al no disponer de posibilidad o recurso alguno para ello, no tenían más remedio que irse juntos sin avisar, convirtiéndose voluntariamente en marido y mujer, para posteriormente hacerlo de manera oficial y religiosa. Y se iban a la casa de algún amigo íntimo o familiar, que les diera cobijo y protección. ¡Qué forma más natural y emocionante de unirse dos personas que se quieren y deciden construir una familia juntos, sin distracciones ni añadidos fríos y superfluos, concentrados solo y exclusivamente en su amor mutuo!. Pues así se unió Remeditos a su novio Juan Antonio “El Paleto”, y como en la de repente decisión no contaban con la complicidad de nadie, se tuvieron que ir a la Villa, bajo la protección de la vieja iglesia, hasta que “El Ocho” les ofreció su casa como paso previo a la de su madre.
Y a partir de entonces, si la vida anterior no le había regalado nada, el futuro se tornó más difícil y ensombrecido. A las responsabilidades contraídas de soltera se sumaron las obligaciones propias de casada: una familia sin recurso alguno, el marido, los hijos, la mísera vivienda compartida, etc. Continuó sirviendo con Lucianita y después con Carmencita y Pepe el del banco; estos últimos fueron compadres de seis de sus hijos y le quitaron muchas hambres, “les daban de todo porque eran muy buenas personas”.
Cuando murió su marido, su hijo mayor, Joaquín, tenía catorce años y el menor de los ocho, Gerardo, tan sólo dos, y continuaron viviendo todos con su abuela, once personas apretujadas en una pequeña y frágil casa-choza-cueva bajo los tajos del Arrabal, que, para colmo, quedó posteriormente derruida en una noche de fuerte tormenta. Pero este otro trágico acontecimiento fue como el presagio de una nueva vida; partir de la nada para empezar de nuevo. Remeditos, madre coraje, nunca se arredró y sus hijos no la han visto llorar, consiguió tres mil pesetas de entonces de préstamo, bajo el amparo de un buen avalista, para levantar la nueva vivienda; la obra la realizó “El Guinda” y su hermano. Ella y su familia acarreaban el agua por la noche del pilar de las cuchareras, haciendo una cadena de varios relevos hasta el Arrabal. Y con su paguilla de viuda, la ayuda de los hijos, la pensión de su madre, que debía continuar con ellos, y sirviendo como hasta ahora, comenzó una nueva andadura incorporando el servicio de limpieza, lavado de ropa y acarreo de agua a “Sandalio”. Solía lavar la ropa en el lavadero y en el arroyo de la Cruz del Jabonero, donde también tendía los trapos a solear en las hierbas y junqueras. Y tuvo que pasar mucho frío en las mañanas gélidas de invierno, pero sólo quedó la huella en el recuerdo del que sufrió su hija mayor, “con las manecitas congeladas”, a la que se veía obligada a llevar con ella al no tener con quien dejarla.
Sus hijos comenzaron a realizar faenas y desempeñar trabajos conforme fueron alcanzando la madurez indispensable para ello, y los pocos ingresos que obtenían los aportaban al seno familiar, como era costumbre en todas las familias pobres montefrieñas. A Juanito “Manzano” le deben la vida, pues le ayudó y le dio trabajo a varios de los hijos. De esta forma, con el lento transcurrir del tiempo, cada día, mes y año, la familia Cano Mazuela veía con mayor claridad la salida del oscuro túnel.
Otro cambio radical en la mejora de su calidad de vida lo produjo la compra de la casa de su vecina Carmen “La Lora”. Una casa con varias dependencias, amplio corral y las mejores vistas del mundo, que compraron por veinticinco mil pesetas, cuya mitad la aportó cáritas, y que supuso un extraordinario desahogo para la familia. Hubo que hacerle algunas obras de adaptación y mejora, y la ejecución de las mismas les sirvió para comprobar la solidaridad y el cariño de los vecinos y montefrieños en general. La obra se realizó entre “Tragapanes”, “Pericanda”, la familia, los vecinos y otros albañiles montefrieños que subían para aportar su nunca mejor dicho granito de arena; les ayudó mucha gente. Y por todo ello, Remeditos y sus hijos están enormemente agradecidos al pueblo y a su gente, a la que dan muestra permanente de un gran cariño.
Todas estas vivencias y acontecimientos experimentados en su trayectoria humana y vecinal han contribuido a forjar en esta familia un sentimiento de arraigo, de pertenencia e identificación apasionada con Montefrío. Se sienten y son montefrieños por los cuatro costados; aman a su pueblo. Aunque también es verdad que este sentimiento es común en la mayoría de los vecinos, y así se percibe desde el exterior, como yo he podido comprobar en muchas ocasiones.
Sus hijos son lo mejor que le ha pasado en su vida, y Remeditos se siente muy orgullosa de ellos, y es para estarlo, porque ante las circunstancias descritas es de un gran mérito conseguir que esos niños no hayan tenido en su desarrollo ningún percance vital ni conductual destacado; sin reproche significativo, incólumes. Esos hijos pequeñitos se hicieron con el tiempo hombres y mujeres de provecho, honrados, educados, respetuosos y muy trabajadores; han realizado su vida con éxito y son muy felices. Y todo ello se sustenta en la labor de guía extraordinaria de su madre, Remeditos, una mujer sobresaliente, de gran humildad, que ni siquiera reconoce en su gesta familiar ningún mérito o reconocimiento. Pero sí, Remedios, has conseguido un gran triunfo y a la vista está, eres una mujer extraordinaria. Tú y otras montefrieñas como tú definen y hacen grande nuestro pueblo. ¡¡Felicidades!!. ¡¡Enhorabuena!!.
Chove, 8 de marzo de 2016: “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”