La situación de los inmigrantes en Montefrío
El fin de semana pasado estuve en Montefrío. Me sorprendió, gratamente, el ver que había aumentado el número de inmigrantes. La noche anterior había llovido lo suficiente como para impedir el día de recolección de aceitunas. Ya no se ven agrupados solamente en la Plaza Alta, con timidez, como si quisieran pasar desapercibidos, aprovechando los esporádicos rayos de sol sentados en los bancos o apoyados sobre la pared de la iglesia. Ahora los vi en mayor número y con mayor desparpajo en la misma Plaza. Y he dicho gratamente porque ese es un detalle que muestra el progreso y bienestar económico de nuestro pueblo; si aquí no hubiese posibilidades de vida no vendrían cada año más “morillos” a las campañas agrícolas.
Pero esa es una apreciación general, porque cuando llegué a la tienda de mi hermano Jesús y comenté la observación (la tienda de mi hermano es un punto bueno y fiable de información por su ubicación, concurrencia, permanencia, etc.), los allí presentes pormenorizaron mi comentario. No era equivocada mi apreciación, Montefrío va a más, pero detrás de ese desarrollo económico, paradójicamente, se esconde otra verdad, la cruda verdad de la vida diaria de algunos de estos inmigrantes. Esa otra verdad, esa vida de algunos de aquellos “morillos”, posiblemente ya no sea la misma al día de hoy, así lo espero y deseo, pero seguramente será la de otros. Contaban que había uno que se mantenía diariamente con un duro de churros; otro dormía la noche en el frío Zanjón, junto a la Casa de la Juventud, y seguramente estaba vivo porque las vecinas del barrio le habían proporcionado mantas y abrigo; otro grupo de cuatro o cinco, de mejor fortuna, pues habían cenado un par de latillas de atún y vivían y dormían apiñados en un viejo coche estacionado en el aparcamiento público (allí los pudo ver mi hermano con los cristales del coche empañados cuando fue a pasear el perro una mañana); otro, en solitario, aprovechando la hora de cierre para no molestar, entró en la tienda y le suplicó a mi cuñada que le diera algo de comer, y ese, por lo menos, consiguió reponer fuerzas para algún tiempo más.
Y no estoy entrando en la situación laboral de los más afortunados, de los que tienen trabajo, su discriminación en el horario, jornal, precio por hora, seguro, etc.
Yo se que estas cosas ocurren, las vemos diariamente en las noticias y las compruebo frecuentemente en vivo. También conozco su dificultad para corregirlas, pero el que sean conocidas y peliagudas, el estar habituado a ellas no impide mi asombro y mi rechazo a esa desgracia, a esa injusticia social. Porque con muy poco se podría evitar; se trata sólo de comer y dormir hasta que se normalice su situación laboral y de cobro.
El ayuntamiento, con su buena y equipada área de servicios sociales, Cáritas y demás asociaciones benéfico-sociales, que conocerán esta situación, no pueden cerrar los ojos ante esta realidad y deben reaccionar y tratar de cambiarla de la mejor manera posible. La dignidad de un pueblo como el nuestro no lo puede permitir.
Chove, día de la Constitución de 2016