La ambición de poder y control de los partidos políticos
Las ansias de control de los partidos políticos sobre todos los estamentos sociales son históricas y tras la democracia tienen también su consecuencia en la herencia y aprendizaje recibidos del régimen franquista, en su dominio absoluto de todo lo que sucedía en España.
El lamentable acontecimiento del WhatsApp reenviado por Cosidó sobre el control de la Justicia es un claro ejemplo de ello, pues la cuestión principal no está, en mi opinión, en decir lo que dijo, cómo lo dijo o en hacerlo público, sino en el reflejo de su pensamiento, en la demostración clara de la forma de entender la política y el proceder en el ejercicio de la función pública. La forma de expresión del referido WhatsApp refleja también el argot que se usa con normalidad en el habla familiar del seno de los partidos políticos, principalmente de los históricos.
Se trata de un hábito, un vicio adquirido tanto en el lenguaje como en el proceder desde los tiempos de la transición. Puede que por entonces dicha actitud de control tuviese alguna explicación por la inexperiencia y la falta de formación de la sociedad en sus nuevas responsabilidades en la reciente y frágil democracia, pero tras el paso de más de cuarenta años y con un Estado de Derecho asentado y firme como es el nuestro se debería terminar con ese afán y práctica fiscalizadora.
Recuerdo nuestro deseo por controlar y dominar todo en nuestros primeros pasos de la andadura política municipal en el PSOE. El objetivo principal, sin entrar en cuestiones programáticas e ideológicas, era conseguir el poder local, el ayuntamiento, pero a la par, antes y después de alcanzarlo, había que colonizar todos los organismos de representación social del pueblo: asociaciones (deportivas, vecinos, padres de alumnos, culturales, etc.), clubes, equipos directivos, claustros, peñas, cooperativas, empresas, entidades financieras, etc. En los Comités de los partidos a nivel local y provincial existía una secretaría que bajo el nombre de Participación Ciudadana se encargaba, entre otras cosas, de esta ardua tarea.
Cuánto trabajo y molestia, propia y ajena, provocábamos para intentar conseguir el control de las direcciones de las Asociaciones de Padres de Alumnos y de su representación en los Consejos Escolares de los centros educativos del pueblo; las elecciones a estos últimos se afrontaban como verdaderas campañas electorales: programas, campañas informativas, repartos de candidaturas a domicilio, interventores en colegios y mesas electorales, control de la votación de los vecinos, etc. Y en el debate de gestión de los resultados de cualquier elección esa era la forma de expresión que se utilizaba en las intervenciones de los compañeros: “la asociación tal es nuestra, el Consejo Escolar del colegio es nuestro”, “la asociación fulana la tenemos controlada porque hemos logrado introducir en su directiva a tantos compañeros”, etc.
Ahora, en la actualidad, resulta que es un problema el conseguir la representación y asistencia de los miembros a cualquier colectivo.
Recuerdo también que para “facilitar el derecho de los vecinos a ejercer su voto” se aplicaban distintas estrategias, como la puesta de un autobús a disposición de los residentes en el campo o núcleos alejados, pero, claro, llegando al colegio electoral y antes de bajarse del autobús, el responsable de la actividad les repartía los sobres con el voto y les advertía que lo depositaran directamente en la urna porque ya estaba preparado.
Con este mismo cometido otros responsables de campaña se encargaban de llevar con el coche a votar a viejos e incapacitados, con tal celo en su trabajo que hasta transportaron una vez a una señora mayor que pasaba de los noventa y llevaba sin salir de su casa más de veinte años; o a otra que no podía ni mantenerse en pie y la acercaron hasta la urna sentada y elevada en una silla sostenida por cuatro compañeros, que parecía un trono de Semana Santa en su entrada gloriosa al templo. En tiempos de lluvia fueron auténticas odiseas los esfuerzos y la destreza con los vehículos de los responsables del voto del campo; la Loma de Marcos y las Lomillas Azules eran los puntos más alejados, y de allí se solía transportar a una señora mayor que solo venía al pueblo cuando nosotros la traíamos para votar. No se desaprovechaba la oportunidad de conseguir ni un solo voto.
Y los vecinos, carentes de experiencia y aprendizaje en la práctica de las votaciones, veían estas actuaciones con normalidad, aunque también hay que aclarar que los que generalmente se prestaban a ello eran militantes o simpatizantes del partido.
Pero hasta en las votaciones internas orgánicas, con gente supuestamente más formada en sus derechos como votante, se daban historietas parecidas, como la de uno que llegó a participar en las primarias de 1998 entre Almunia y Borrell. Lo cuento porque fue una anécdota graciosa, como las anteriores. Estaba a punto de cerrarse el colegio electoral, con todos los representantes de las dos candidaturas presentes, cuando asomó por la puerta un joven compañero que venía del trabajo con la ropa de faena. Se paró a la entrada del salón y a viva voz dijo -Chove, que vengo a votar. -Muy bien, le contesté yo, pues ahí tienes las papeletas junto a la puerta para que cojas la que tú quieras. El compañero se quedó allí mirándolas, pensativo, y al rato me volvió a llamar la atención a voces -Chove, ¿pero cuál cojo? -La que tú quieras, la del compañero que te parezca mejor candidato a la presidencia del Gobierno, le aclaré. Volvió a mirar las papeletas y, ante la atención de todos los presentes, me dijo con resignación – Hombre, pero dame una pistilla.
Por aquellos años de los albores de la democracia, La gente confiaba en sus representantes y no se preocupaba de indagar e informarse de las distintas ofertas electorales; generalmente preguntaban a la persona de su confianza y votaban tras la información recibida.
Ahora, a cuarenta años vistas, cuento estas anécdotas que resultarán curiosas y graciosas, pero que en aquellos tiempos eran serias realidades.
Pues al recibir noticias como esta del WhatsApp me han venido a la mente aquellos tiempos, aquel argot y afán que creía ya superados. Pero parece que no, que no solo es una reminiscencia en la forma de hablar, sino que los partidos políticos siguen empeñados en el dominio y control de todo, y en especial de la función jurisdiccional en beneficio de sus propios intereses; nada menos que del control de la Justicia, lo que es aún mucho más inaceptable.
Chove, noviembre de 2018