D. Julio Anguita

D. Julio Anguita

Ha muerto don Julio Anguita, el carismático maestro, alcalde de Córdoba, secretario general del Partido Comunista de España y coordinador general de Izquierda Unida. En su grato y apreciado recuerdo paso a contaros un par de anécdotas simpáticas.

El bar Las Provincias es un concurrido establecimiento de Granada, situado en una calle cortita y estrecha, muy cerca de Bibarrambla, famoso por su pescaíto frito. Yo solía visitarlo con frecuencia, ya era conocido y saludado por el personal, pero ahora, al haber pasado mucho tiempo de esto, no me atrevo a ir por temor a alguna salida de tono de su dueño (o no sé si encargado).

En una de mis visitas de entonces, situado al fondo, donde me gustaba posicionarme para controlar todo el local y apartarme del bullicio y empujones de los clientes, el dueño conversaba con unos usuarios ya conocidos y desbarraba a viva voz, como era su estilo, criticando y haciendo mofa de los comunistas (no conozco su filiación política, ni me importa, aunque intuyo que escora a la diestra). Jorge, creo que se llamaba, es un joven granaíno cuarentón, ya calvo, simpático y dicharachero, pero con esa malafollá granaína que se está cagando en tu madre y no sabes si es en serio o en broma; una malafollá como la de Ramón el de la Esquinita, pero más graciosa. Pues con ese estilo estaba despotricando de los comunistas, con la aceptación o el mosqueo de los clientes, según su inclinación política, aunque bien recibido por todos por su ironía ya conocida.

En el momento de mayor entusiasmo hizo su entrada casual en el bar Julio Anguita, acompañado de unos colegas. El bullicio general se tornó en silencio repentino, inmediato. Solo se oyó la estentórea voz de Jorge: “¡don Julio!”. Salió rápidamente de detrás de la barra para ir a su recibimiento y abrazarlo: “¡don Julio, don Julio!, qué sorpresa, cómo está usted. Pase, pase, le preparo ahora mismo su mesita”. Lo llevaba del brazo casi en volandas, abriéndole paso, colmándolo de halagos, al tiempo que le facilitaba su acomodo en la mesa de la esquina del fondo del local. “¿Lo de siempre, Don Julio?”

La reacción de los clientes contrincantes no se hizo esperar. “Anda, Jorge, dile ahora a don Julio lo que estabas opinando de los comunistas, chaquetero, camaleón, que eres más falso que un duro de plástico”. El clamor, las risas y el cachondeo se generalizaron, mientras que don Julio esbozaba una sonrisa abierta, comprendiendo la situación, y Jorge hizo mutis por el foro, dedicándose a don Julio en exclusiva.

Una vez apaciguado y tranquilizado el ambiente, aproveché para saludarlo por primera vez, porque, aunque no participaba de su ideología, era un político que apreciaba y al que reconocía su honestidad y honradez. Coincidía con él en que el objeto de la política no es el enfrentamiento por el enfrentamiento, el vencer al adversario como si de una competición se tratase, ni el intercambio de sillones y puestos o las prebendas para conseguir el poder. El objeto de la política se centra en la persona, en proponer una organización social más justa y beneficiosa para la ciudadanía, que le facilite la vida y la haga más feliz. El eslogan que repetía como un mantra de “programa, programa y programa” era la clara y viva expresión de esa idea.

Pocos años después, en Córdoba, se celebró la boda de una sobrina de mi esposa en las famosas Bodegas Campos, un magnífico establecimiento histórico con un patio cordobés precioso. Cuando me disponía a acceder a las instalaciones acompañado de mi esposa me encontré con don Julio a la entrada, que hacía de guía con unos amigos y les estaba enseñando las históricas bodegas. Volví a saludarlo y le referí la anécdota de Granada. Don Julio la recordaba con agrado y me dijo que cada vez que visitaba Granada acudía al bar Las Provincias para degustar su magnífico pescaíto frito, y, en la breve conversación que mantuve con él, me sorprendió al demostrarme que era conocedor y admirador de Montefrío; me habló de su localización, monumentos, paisaje, belleza, gastronomía, etc., como un experto.

Don Julio Anguita, aunque de apariencia a veces adusta, en mi experiencia lo recuerdo como una persona afable, de buen trato y con humor y talante agradable.

Sirva el presente para expresar mis condolencias y reconocimiento a su labor en pro de España.

 

Chove 16 de mayo de 2020

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