Antonio Domínguez, “Dominguín”

Antonio Domínguez, “Dominguín”

 

Domínguez

 

He recibido unas fotografías de Antonio Domínguez (“Dominguín el de la Alsina Graells” para los montefrieños, porque era pequeñito de estatura; “El Follarín del Orinoco” para los compañeros de UGT, porque según estos follaba bien, pero follaba poco). Me la ha enviado mi “hermano” político y del corazón Manolo Ruiz, que está clasificando y ordenando su gran archivo fotográfico; un valioso documento histórico-cultural y antropológico.

“Hermano” es el término que emplean los miembros de cofradías, hermandades, San Juan de Dios, etc., y también podría emplearse entre los compañeros del PSOE históricos, pues su familiaridad, integración y altruismo se lo permitiría (actualmente, el término más apropiado sería el de “socio”).

Al abrirse ante mí las imágenes referidas anteriormente han desencadenado pensamientos y emociones provocados por el recuerdo de vivencias pasadas, cuyos engramas quedaron profundamente grabados en mi memoria.

 

Coincidí con Domínguez en la política y el sindicalismo y fui conociéndolo y disfrutando de su compañía en muchas experiencias y anécdotas, afianzándome en la concepción de su bondad e integridad como persona. Convivimos en celebraciones, comidas y visitas a su pueblo, Cáñar, un balcón alpujarreño maravilloso con una fuente preciosa de abundante gua en la plaza y una iglesia con torre y retablo sobresalientes. Lo acompañé en jornadas de pesca junto a Juan Chica en el entorno natural de los ríos Trevélez y Chico, donde yo participaba como observante. Practicamos grandes rutas de senderismo por las estribaciones de Sierra Nevada y coincidimos en muchas manifestaciones y reuniones políticas y sindicales, etc.

Recuerdo con gran satisfacción la jornada de caza de descaste del jabalí celebrada en el término municipal de Cáñar, a la que fuimos invitados por él los colegas de siempre. Llegamos al pueblo el día anterior por la tarde, pues la jornada comenzaba de madrugada. Hacía un tiempo de perros, de los que a mí me gustaban, fuerte viento y nevando copiosamente, pero nosotros estuvimos a buen recaudo bajo el calor de la lumbre de palos de la magnífica chimenea del único bar del pueblo, el “Pikiniqui” (Pikiniqui era un buen compañero socialista que fue alcalde del pueblo, y allí nos encontrábamos nosotros como en nuestra casa). Saboreamos las exquisitas tapas especialidad de la casa, el jamón alpujarreño y el vino de la tierra, con sus respectivas copas de final. Disfrutamos de una velada maravillosa charlando, comiendo y bebiendo. Ya de madrugada, cuando faltaba poco para iniciar la jornada de caza, nos fuimos a dormir a su casa y, aunque la cama tenía buenos cobertores, yo me acosté vestido para no pasar frío. Nevaba fuerte y corría un viento que no nos dejaba caminar. A las pocas horas nos levantamos y nos incorporamos a la batida, en la que nosotros participábamos de observadores. Nos trasladaron en coches todoterreno por los caminos nevados a los puestos de control, donde contemplábamos unos paisajes espectaculares (para nosotros, la cacería era lo de menos). Domínguez, que había sufrido dos infartos, se movía por aquellas laderas empinadas con la agilidad de los canes que participaban en la batida, como lo hacía en los tiempos de su niñez guardando las cabras. Vivimos una experiencia de convivencia entre amigos y compañeros inolvidable.

Pero la anécdota más admirable que recuerdo de él tuvo lugar muchos años antes, cuando yo era un joven estudiante que apenas lo conocía; en los tiempos en los que iba de cobrador en la Alsina Graells a Montefrío. Allí era conocido y apreciado por muchos montefrieños y un gran amigo de mi padre, con el que bebía vino todas las noches.

Creo que fue en 1971, cuando vine a estudiar el bachillerato superior a Granada como interno en la Academia “Fides”, de la calle Ángel Barrios. Mi padre solía encargarme la compra de algunos artículos que necesitaba para su negocio cuando no podía adquirirlos en el pueblo, y yo se los llevaba en mis visitas periódicas (esta era otra forma de presionarme para volver a Montefrío frecuentemente, hecho que, a veces, se retrasaba). Las comunicaciones, las visitas de proveedores y viajantes se dilataban en el tiempo por aquellos años, y la reposición de provisiones para los comercios, a veces, tardaban días y semanas, ocasión que era aprovechada por mi padre para incrementar sus ventas. En esta ocasión, me llamó por teléfono porque se le habían terminado los “cuarterones” y las “pastillas duras”, y le

urgía su adquisición, ya que se habían terminado también en los estancos de Montefrío; era una oportunidad estupenda para la venta abundante de estos artículos. Los cuarterones y las pastillas eran unos envases de papel para tabaco a granel muy utilizados por la gente de campo, pues, al ser estos más grandes que las cajetillas de cigarrillos, el cliente estaba abastecido para más tiempo, y era también más rentable; con un cuarterón, un librito de papel de fumar y el mechero de yesca el cortijero estaba abastecido para varios días o semanas. Los usuarios de estos eran expertos en liar los cigarrillos y lo hacían con naturalidad en cualquier lugar. Los jóvenes lo hacen hoy por esnobismo, pero antiguamente se hacía por necesidad.

Pues bien, mi padre me encargó que le comprase en Granada una buena cantidad de cuarterones y pastillas (no recuerdo el número), pero como sabía que no disponía de dinero suficiente para este importante gasto inesperado, me dijo que fuese a casa de “Dominguín”, que vivía en la Redonda, para que me lo proporcionara. Y allá que me presenté yo en su piso (recuerdo que me recibió su esposa) pidiéndole esa importante cantidad de dinero. No lo pensó ni dudó un instante, parece que lo estoy viendo ahora delante de mí. tan solo me dijo, ¿es que tu papa sabía que había cobrado la nómina hoy, porque si no cómo iba yo a tener esta cantidad de dinero en mi casa? Y me dio billete sobre billete sin documento ni papel firmado como garantía alguna.

Aquel gesto de disposición y confianza fue realmente valorado por mí mucho después; con el tiempo comprendí el significado de lo que había hecho aquel hombre por mi padre, porque era a mi padre al que realmente servía, ya que a mí apenas me conocía. Y mi simpatía y afecto hacia él evolucionaron a la par de esa comprensión.

Gracias, querido amigo y compañero Manolo por estimular mi memoria y hacerme recordar aquellas vivencias tan entrañables. Que sirvan también estos párrafos como agradecimiento y reconocimiento póstumo a nuestro pequeño gran hombre Antonio Domínguez.

 

Chove, Granada, septiembre de 2020

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