Dolores “La Perilla” y las habas verdes
Ya tenemos habas de la vega de “Graná”; ya podemos disfrutar, como cada año, de este sabroso y aromático manjar de primavera, que se cría en nuestra vega terso, vigoroso y fresco.
Yo me distraigo en mis paseos matinales controlando su proceso de crianza: siembra, nacimiento, labra, maduración, flor, fruto y recolección. Y cuando llegan estas fechas de mediados de abril (según venga el tiempo), me sorprenden gratamente los puestos esporádicos de venta al efecto por los diversos accesos a la capital, con llamativos montones de habas recién cortadas, que muestran su frescura por su aroma, brillantez y hojas de la planta prendidas al fruto todavía lozanas. En la Avenida de Dílar, Zaidín, no faltan durante la temporada. La gente y los vehículos se detienen junto a ellos y se disponen prestos a comprar incluso por cajas, porque es un producto atractivo, que llama la atención, barato y muy bueno para cocinar y degustar en sus distintos guisos. Ya he escrito en temporadas anteriores sobre el tema en mi página web detallando distintas recetas.
En Montefrío, la temporada es un poco más tardía, comienza unos días después, pero es celebrada su llegada como en Granada. Y es que la campaña se identifica con la llegada de la primavera, del buen tiempo, de más horas de luz solar, de luz brillante y cielo azul intenso, del final del frío invierno, y cuando la naturaleza comienza a parir.
Pero la llegada de las habas verdes tiene también una connotación sociocultural, psicosomática diría yo, pues puede que haya quedado incorporada a la carga genética ciudadana, porque parece como si la gente, sobre todo las familias más humildes, agradecieran su presencia, la cual ha significado históricamente mayores posibilidades para poder ofrecer un plato con el que dar de comer a la familia. Las habas son unas plantas muy generosas y prolíficas, suponen un alimento muy suculento y nutritivo y se aprovecha todo de ellas: el haba con la cáscara, los tiernos cogollos de la planta y la mata, esta última para los animales.
Por todo ello y porque había conseguido algún tipo de prestación social, aquella mañana bajaba Dolores por la Plaza Alta con las manos bajo el delantal, mirando y saludando a doquier, radiante de felicidad. Ella siempre se mostraba desenvuelta, jovial, risueña y dicharachera, dejando constancia de su llegada a la plaza.
Dolores “La Perilla” estaba casada con Manolo “Culebras”, un betunero este que se gastaba en vino cada día más de la mitad de su mísero jornal. Por ello, quizás, Dolores se pasaba casi todo el día en su compañía, para controlarlo, y también porque tendría pocas faenas que hacer, ya que no tenía hijos ni trabajo conocido.
Dolores y Manolo vivían en la falda de la villa, en el barrio más antiguo y castizo de Montefrío, en una pequeña casa de teja vana de la calle Santiago. Estaban muy enamorados, se querían mucho y, aunque protagonizaban riñas públicas escandalosas de vez en cuando, se necesitaban mutuamente.
“La Perilla” era carne de cañón y víctima del hábito depravado de alguno de los pudientes del pueblo por aquellos años de la escasez, como otras muchas mujeres de España, que se veían obligadas, humilladas y mancilladas consintiendo comportamientos deshonestos para conseguir la subsistencia. Paco el del bar “La Fonda”, local de trabajo prioritario de “Culebras”, le decía jocosamente a este que era el gitano con más cuernos de España, a lo que Manolo le respondía con una abierta sonrisa; Paco lo apreciaba mucho y “Culebras” a él también.
Aquella mañana, cuando Dolores “La Perilla” llegó a la plaza exultante y pletórica de energía, con la tranquilidad y seguridad de que ya no tendría que vender su cuerpo para poder comer, al ver a aquel depredador sexual se dirigió a él con decisión y le espetó a viva voz ante la multitud: “Juan, ya no me follas más por un puñado de habas”.
Invito a la reflexión sobre el alto contenido y el significado profundo de las palabras de Dolores.
(En recuerdo de este singular matrimonio montefrieño al que conocía y apreciaba)
Chove, abril de 2022