¿Alguna vez nos hemos parado a reflexionar sobre el significado de los pilares y las fuentes públicas en la vida de los ciudadanos?. El agua es vida, y vida es lo que los pilares nos han dado siempre. Han jugado un papel fundamental en la vida de las personas, en la de todos los vecinos de aquellos pueblos en los que no se disponía de servicio de abastecimiento público, cuando todavía no había agua en las casas -que no la ha habido hasta hace unos cuantos años-. Eran como una segunda madre de la que mamábamos el líquido indispensable para continuar existiendo, y siempre estaban dispuestos, de día y de noche, sin faltar a su obligación, como lo hacen las madres de
Montefrío 1950. Plaza de España. Mujeres cogiendo agua del pilar
carne y hueso. Sin embargo, ahora muchos de ellos han desaparecido, otros están descuidados y abandonados, y los que todavía se encuentran activos se resignan a pasar desapercibidos o ignorados, y también desengañados y defraudados por la falta de gratitud de los ciudadanos hacia su generosa labor, desempeñada durante tanto tiempo en servicio de todas las personas, sin excepción.
En Montefrío empezaron a meter el agua en las casas en el año 1980, y por estas fechas se creó la red de abastecimiento público en todos los pueblos de Granada; hasta entonces, todos los vecinos tenían que acudir al pilar más próximo a su domicilio para abastecerse de ese bien de primera necesidad. Esta circunstancia última imprimió carácter a la personalidad de nuestro pueblo configurando un modo de vida en torno a la red de pilares y fuentes de la localidad, distribuidos éstos por todo el territorio urbano, procurando acercar el agua lo más posible a las viviendas: Pilar de Las Cuchareras, Pilar de La Plaza, Las Pilillas, Pilar del Paseo, Pilar del Puente, Pilar del Lavadero, Pilarillo del Juez, La Fuente, Fuente y lavadero de Las Peñas, Pilar de La Máquina, Pilar de San Cristóbal y Pilarillo de Los Muertos.
Algunas casas, muy pocas, tenían un pozo en el patio o en el corral, y otras, menos todavía, disfrutaban del aprovechamiento de los derrames de los pilares, aunque éstos últimos principalmente abastecían a las tahonas, los molinos de aceite, etc. La verdad es que el número de pilares no era abundante, por lo que la mayoría de los ciudadanos, principalmente las mujeres, niñas y niños -por este orden- tenían que desplazarse un buen trecho para transportar el agua hasta su casa. Una imagen muy familiar en los pueblos era ver a las mujeres con el cántaro de barro en la cadera transportando el agua para beber y guisar; el agua para el aseo, limpieza general o para el consumo de los animales se transportaba en cubetas de lata. El cántaro se colocaba lleno en la cantarera de madera, donde se aseguraba su conservación y se facilitaba el verter agua cada vez que hacía falta con un pequeño tirón del asa del mismo. Todas las casas disponían de cantareras, y éstas estaban ubicadas en el lugar más fresco de las mismas.
A los hombres, en aquella sociedad profundamente machista, no les correspondía aquel trabajo de llevar agua, pues las faenas del hogar, y ésta era una actividad considerada como tal, estaban adjudicadas en exclusiva a las mujeres y como último recurso a los niños. A los hombres se les podía ver yendo con el pipote a por agua para beber porque eran camareros, barberos, zapateros, carpinteros, etc., para servicio de los clientes y para distraerse también durante un rato de sus obligaciones en el trabajo, pero en todo caso siempre que no hubiese una mujer o niño por allí a quien poder mandar a por “el pipote de agua”. También se podían ver a los hombres acarreando agua para las obras o para las matanzas o porque se estaba encalando la casa, con las aguaderas de madera, o en bestias, como mulos y burros, pero tampoco eran actividades éstas exclusivas de ellos. En el campo, al disponer de animales y teniendo por lo general que desplazarse unbuen trecho hasta la fuente, se utilizaban siempre las bestias para el aporte del agua para todas las necesidades del cortijo, y casi siempre eran también las mujeres las encargadas de esta tarea. En cualquier caso, en el pueblo, los hombres nunca “aguardaban la vez” en el pilar (“guardar la vez”, se decía), tenían preferencia para acceder al caño y llenaban sus cacharros inmediatamente, porque, dicho sea de paso, raro era encontrarse el pilar libre de gente, casi siempre estaba acompañado de un grupo de mujeres esperando que “les tocara” su turno para conseguir el agua.
Las mujeres también “acarreaban” el agua a las casas de las señoricas, y señorica era en aquellos años cualquier ama de casa que pudiera desprenderse de un chorreón de aceite de haber frito pescado el día anterior, un trozo de tocino –a veces sobrado del cocido-, manteca, pan o cualquier avío de despensa con el que la pobre acarreadora se daba por pagada e incluso agradecida, y que con el arrimo de cualquier otra cosa que pudiera complementarle salía del paso aquel día en el arreglo de la comida de su familia. Muchas, muchas mujeres se les veían al ser de día acarreando agua de los pilares hasta llenar las tinajas y los bidones de las señoricas para la disposición de sus familias desde que se levantasen.
Los pilares estaban distribuidos por barrios y cada una de ellos adquiría la personalidad de los vecinos del mismo, no era lo mismo el pilar de San Cristóbal, que el de la plaza o Las Pilillas o Cuchareras, etc.
Independientemente de la forma, el diseño, que los había de diferentes formas, los usuarios eran de distinta condición, las conversaciones en torno a él también diferían e incluso los utensilios de transporte igualmente se podían diferenciar. Casi todos tenían en común un buen pilón para el abrevadero de los animales: bestias, cabras, ovejas, perros, etc.. Y en torno a los pilares se desarrollaba la vida de las familias, siendo éstos testigos callados de los muchos sufrimientos, alegrías, dificultades y padecimientos de las amas de casa, mozuelas, etc., pero siendo siempre fiel en su cometido de por lo menos proporcionarles el líquido con el que saciar su sed, muchos de los días lo único que se podían echar a la boca.
No recuerdo ningún pilar del pueblo que se haya secado, todo lo más que haya menguado el caño durante el verano o que haya estado algún día sin echar agua porque se hubiera producido alguna avería, pero ésta era rápidamente subsanada.
Los pilares eran también utilizados por las mozuelas para buscar novio, pues eran un recurso muy útil para hacerse ver y darse a conocer ante los mozos del pueblo. ¡”Mama que voy a por agua”!. Todos los días, casi siempre a la misma hora, preferiblemente después de trasponer el sol, las muchachas cogían los bártulos del agua y se acercaban a la fuente con la esperanza de que se le acercara y le dijera algo aquél por quien ellas se consumían por dentro. Y allí, junto al pilar, bajo la complicidad de la penumbra, se les iba el santo al cielo embelesados, escuchándose y mirándose, agasajándose con arrumacos e incluso pelando la pava. Porque las jóvenes de entonces disponían de pocas oportunidades para contactar y relacionarse, no era costumbre ni estaba bien visto que entrasen en los bares –únicos lugares de ocio en los pueblos- a tomar un café o una cerveza, la mujer debía estar en su casa. El domingo era un buen día para el paseo, pero había que poseer ropa adecuada que le permitiera realizar una salida con dignidad, y eso no estaba al alcance de la mayoría de ellas, por lo que no les quedaba más remedio que utilizar estrategias como la del pilar o esperar con ansiedad la llegada de la feria o el Día de la Virgen. Los pilares eran un lugar de encuentro, un espacio de comunicación para jóvenes y mayores.
Servían también de terapia para los vecinos, donde desahogaban sus preocupaciones, descargaban tensiones familiares y encontraban alivio en la lucha diaria por la vida. Esperando la vez para llenar se hablaba de todo, era un punto de encuentro vecinal donde se transmitía información de interés y trivial (que fulanica se había ido con el novio, que se había muerto mengano, que “El Rubio” había traído unos boquerones muy frescos y baratos, etc.), se comunicaban las carencias y problemas de trabajo (que el marido continuaba parado, que todavía no le habían pagado el jornal, que le había arreglado la falda de su hija para la menor y le había quedado muy bien para salir al paseo, etc.), se exponían los dificultades en el seno de la familia (que el marido había ido borracho, que los abuelos estaban enfermos, que todavía no había averiguado el almuerzo, que había dejado el pan fiado, etc. ), se lamentaban las jóvenes de sus amores y desamores ( que su vecino la miraba mucho y esperaba que pronto le dijera algo, que su pretendiente le iba a “pedir la puerta” a su papa, que su vecina la lagartona se insinuaba mucho a su Pepe, etc.), etc., etc. ¡Ay si los pilares hablaran!, ¡cómo me gustaría conocer algo de lo que saben cada uno de ellos!
Los pilares han formado parte de nuestra vida y les debemos respeto y reconocimiento.